A
las puertas del Olimpo
Al
principio, todo estaba revuelto: el agua no corría, las tierras no
eran sólidas, en fin, reinaba el Caos (que en griego quiere decir
"la boca del abismo"). De Caos nacieron la noche y la
Oscuridad, que lo destronaron y engendraron a Éter (el aire luminoso
de las alturas) y al Día.
De ellos nacieron la Tierra y el Mar. Por aquellos tiempos también existía Eros (el amor), un poder tan antiguo como el Caos, pero que impulsaba a la unión y a la creación Con su fuerza, Eros engendró la vida en la Tierra hasta entonces desierta, y florecieron las plantas, crecieron los animales, se poblaron las aguas y el Cielo lo abrazó todo.
De ellos nacieron la Tierra y el Mar. Por aquellos tiempos también existía Eros (el amor), un poder tan antiguo como el Caos, pero que impulsaba a la unión y a la creación Con su fuerza, Eros engendró la vida en la Tierra hasta entonces desierta, y florecieron las plantas, crecieron los animales, se poblaron las aguas y el Cielo lo abrazó todo.
De
la unión entre el Cielo y la Tierra, nacieron doce Titanes enormes y
fortísimos, tres Cíclopes (que se llamaban así porque tenían un
solo ojo, ubicado en medio de la frente) y tres Gigantes. El Cielo,
temeroso de la fuerza de sus hijos, fue encerrándolos a
medida que nacían en el abismo del Tártaro.
Finalmente
la Tierra como buena madre, decidió liberarlos y el menor de los
Titanes, Cronos (el Tiempo), eliminó a su padre, ocupó su lugar y
comenzó a reinar junto a sus hermanos. Cierta vez, Eros convocó a
los hijos de un Titán, llamados Prometeo y Epimeteo, y les pidió
que modelaran un ser capaz de dominar a todos los animales que
poblaban la Tierra.
Prometeo
tomó arcilla húmeda y modeló figuras con forma semejante a la de
los dioses. Eros les infundió con su soplo el espíritu de la vida,
y así nacieron las personas.
Prometeo
quedó tan encantado con las criaturas recién creadas que quiso
ofrecerles algo que las hiciera mucho más parecidas a los
dioses. Entonces robó una chispa del fuego sagrado y se la regaló,
para que tuvieran dominio sobre el fuego.
Ese
atrevimiento de Prometeo irritó mucho a los dioses, quienes para
vengarse crearon a una mujer hermosísima a la que llamaron Pandora.
A ella le regalaron un cofre y le ordenaron que jamas intentara
abrirlo.
Pandora
aceptó la condición y se convirtió en la feliz esposa de Epimeteo. Durante un tiempo vivieron muy contentos; pero, como bien habían previsto los dioses, Pandora no pudo contener su curiosidad y abrió el cofre, del que comenzaron a salir todo clase de males, enfermedades y crímenes, que se esparcieron por el mundo. Sólo la esperanza quedó en el fondo de la caja.
Así fue como la maldad y las pasiones se fueron adueñando de los hombres. La Tierra se empapó de sangre y la Buena Fe, La Justicia y el Pudor la abandonaron y volaron hacia el cielo. Viendo esto, los dioses consideraron que la raza de los hombres no debía sobrevivir y desbordaron las aguas del Cielo y de la TIerra; tierra y mar se confundieron y solo logró sobrevivir una pareja: un hombre, Deucalión, y su esposa Pirra, considerados justos y piadosos.
Ambos se mantuvieron a bordo de una débil barca y, cuando las aguas descendieron, lloraron sobre la tierra desierta rogando piedad a los dioses.
Ambos se mantuvieron a bordo de una débil barca y, cuando las aguas descendieron, lloraron sobre la tierra desierta rogando piedad a los dioses.
Entonces escucharon una voz poderosa que les decía estas palabras: "Velad vuestros ojos y tirad hacia atrás los huesos de vuestra abuela".
Después del desconcierto del principio se pusieron a meditar y comprendieron que su abuela era la Tierra y que los huesos de la Tierra eran las piedras.
Entusiasmados, comenzaron a caminar arrojando, a cada paso, una piedra hacia atrás. De las piedras que arrojaba Pirra nacían mujeres y de las que tiraba Deucalión surgían hombres.
Así se repobló la Tierra después del tremendo diluvio.
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