El fuego mortal: Prometeo y Pandora
Hubo en el mundo una edad
dorada en la que los dioses y el hombre convivían en paz, un tiempo
anterior a que se desatara la lucha entre los dioses olímpicos y los
Titanes.
En ese entonces, los
hombres compartían festines con los dioses, desconocían los males
que afligen hoy a la raza de los mortales y eran siempre jóvenes; no
conocían el nacimiento y la muerte.
Cuando Zeus ocupó el
trono del universo y con el resto de los dioses habitó el Olimpo,
todo lo que pertenecía al mundo de lo primordial y el desorden fue
expulsado de sus dominios, ya sea para encerrarlo en el Tártaro o
para enviarlo a los mortales en la tierra. De esta manera llegó a la
tierra Tifón, una fuerza destructora y caótica, que se desató
entre los hombres con mucha violencia y los dejó desprotegidos.
Prometeo roba el fuego sagrado |
Los hombres, a diferencia
de los dioses que se alimentan solo de néctar y ambrosía de la
inmortalidad, no son autosuficientes; deben comer el pan y la carne
de los sacrificios y beber el vino para no morir. Estos seres
contaban con la complicidad de Prometeo, hijo de un Titán, que se
compadecía de su debilidad. Zeus veía con malos ojos ese trato
preferencial hacia los humanos y decide quitarles el fuego del rayo,
del que hasta ese momento disponían libremente. El fuego de Zeus se
encontraba en lo alto de los fresnos, de donde no había más que ir
a buscarlo. La ausencia del fuego divino en la tierra ocasionó una
catástrofe, ya que los hombres lo necesitaban no solo para obtener
calor, sino también para cocer la carne que comían.
Pormeteo, hijo de un
Titán y protector de los débiles hombres, se atrevió a robar una
semilla del fuego divino, desafiando la voluntad de Zeus, y de
regreso a la tierra lo entregó a los hombres, que enseguida
comenzaron a iluminar sus hogares y a cocinar la carne.
A Zeus, al divisar el
fuego en la tierra, lo embarga la ira contra Prometeo, de quien
planea vengarse.
Convoca a los distintos
dioses y les ordena crear una mujer capaz de seducir a cualquier
hombre. Hefesto la fabricó con arcilla y le proporcionó formas
sugerentes; Hermes la doto de vida y voz humana, pero solo palabras
mentirosas saldrán de su boca para seducir y manipular a los
hombres; Atenea la envolvió en una vestimenta magnífica y Afrodita
le otorgó todo su encanto amoroso. Entonces Zeus, conforme con la
creación, la llamó Pandora: una mujer fulgurante que, bajo la
apariencia de un bien, era un engañoso mal.
Pandora, regalo de los
dioses, golpeó a la puerta de Prometeo, donde el benefactor de los
mortales vivía junto a su ingenuo hermano, Epimeteo.
En vano aquél había
advertido al hermano que nunca aceptase un obsequio enviado por los
dioses. Debía rechazarlo inmediatamente para no ocasionar con ello
un daño a los hombres.
Pero Epimeteo aceptó la
llegada de Pandora, se enamoró perdidamente de sus encantos y la
tomó por esposa.
Pandora abre la caja |
Epimeteo no se dio cuenta
del mal que provocaría al aceptar este obsequio, pues hasta entonces
las familias de los hombres habían vivido libres de males, dolores y
enfermedades. Y es que Pandora llevaba en las manos una gran caja muy
bien cerrada que contenía todos los males capaces de contaminar el
mundo de desgracias, y también todos los bienes.
Apenas llegada junto a
Epimeteo, Pandora, víctima de su curiosidad, abrió la caja y todos
los males se escaparon por el mundo, asaltando a su antojo a los
desdichados mortales. También escaparon los bienes, pero estos
volaron con el viento a la morada de los dioses, abandonando el mundo
para siempre. Entonces, la desgracia llenó, bajo todas las formas,
tierra, mar y aire. Las enfermedades, el dolor y la muerte se
deslizaron por la Tierra; la vejez, la fatiga, la locura, la pasión,
la tristeza y la pobreza se extendieron sobre los humanos.
La venganza de Zeus
estaba consumada. Cuando Pandora advirtió lo que había hecho, cerró
el arca, en el fondo de la cual solo quedó la Esperanza, consuelo
del que sufre. No sabemos si fue por compensar los males de los
hombres o para hacerlos sufrir eternamente a causa de las ilusiones
que tal vez nunca dejen de serlo.
Que buena leyenda la verdad..
ResponderEliminarMe encanto la leyenda
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