23/6/24

El desierto


El Desierto del Chaco. Geografías de la alteridad y el estado



El discurso de la historia oficial argentina está atravesado por una multiplicidad de eventos y problemas "del origen" que aparecen y desaparecen según necesidades pragmáticas y políticas de interpretación. Aunque esto parece ser cierto, algunos temas conservan una vitalidad mayor a la hora del análisis cultural de fuentes primarias y secundarias. En este trabajo me dedico a explorar el concepto de desierto aplicado a la región chaqueña; este uso se muestra como una expansión sobre un nuevo territorio a conquistar, que obedece a la misma agenda que originara las expediciones al desierto dels ur. Me interesa estudiar el discurso oficial acerca del desierto y sus cambios a través del tiempo por medio de obras de misioneros, militares y artistas. Cada uno a su modo practicó una definición a la vez propia y compartida de una geografía humana para la cual el imaginario blanco y europeo poseía una taxonomía bien demarcada.



Dentro del discurso sobre la relación interétnica, identifiqué algunos subtemas que denominó "narrativas", influido por los estudios de Edward Bruner (1986) sobre la situación indígena en los Estados Unidos a lo largo de la historia. La definición del término "narrativa" no restringe su alcance a la dimensión de lo oral y lo escrito únicamente, sino que integra una verdadera praxis. Al mismo tiempo, se reivindica aquí una crítica al dualismo común en ciencias sociales que desmaterializa el 2/12 lenguaje y las representaciones en beneficio de la materialidad más “visible” de las acciones.



El descubrimiento de la narrativa del desierto surgió azarosamente cuando me dedicaba a estudiar fuentes sobre el Chaco para mi tesis doctoral. Durante estas investigaciones, "apareció esta definición que al principio consideraba como falaz, especialmente en términos ecológicos. Sin embargo, poco a poco, al tomar contacto con las fuentes sobre la conquista de ambas fronteras, la aplicación del lexema desierto al Chaco mostró una densidad histórica, cultural e ideológica tal que atrajo mi curiosidad. Es decir, quería desentrañar qué significado tenía esa extrapolación y sus implicancias para una historia de las relaciones entre el estado-nación argentino y los pueblos indigenas. Dado que existía una abundante bibliografía sobre el desierto del sur, quizás fuera útil una mirada hacia este curioso "desierto del Chaco".



Desierto: la frontera final



Es casi un lugar común en la historia oficial argentina -y por tal razón un rasgo no marcado que la conquista de las tierras indígenas recibió el nombre de Campañas al Desierto. El término desierto es clave para comprender la percepción de los argentinos de origen europeo de un Otro molesto y amenazante desde la llegada de los primeros españoles al Río de la Plata en el siglo XVI. En efecto, desierto -algunas veces también llamado "Tierra Adentro"- designaba todos aquellos territorios más allá del control de las leyes y milicia de las autoridades coloniales y más tarde independientes. Tan pronto como alguien se internaba más allá de los límites de los pueblos rurales, se decía que se arribaba al desierto (Cf. Walther, 1980:23). El desierto era una zona de frontera, un espacio liminal simbólica, ideológica y económicamente cargado (Watts, 1992). Pertenecía tal vez a la categoría de las "geografías conceptuales" (Ardener 1987) que inspiraron a los conquistadores y exploradores europeos. Lugares utópicos como "América", "Brasil", "California", "Patagonia", nutrieron sus deseos de mejores (y más ricos) lugares. Más aún, muchos de los sitios y regiones fueron nombrados según estos sueños de plata; v.g., "Río de la Plata", "La Argentina". Sin embargo, después de algún tiempo, se conoció que en muchos sentidos estos nombres eran definitivamente paradójicos; ellos mostraban un desplazamiento de sentido hacia lugares ideales que tornaban más dramática la vida real.



El desierto era a la vez una referencia geográfica y un lugar imaginario, pero uno de tipo distópico. Utilizando las palabras de Sarmiento, el desierto era una antípoda concreta, el "otro lado" del mundo urbano (Cf. Weinberg, 1980), disperso a través del inmenso territorio de una nación aún en gestación. Este lugar, en vez de sueños, inspiró campañas "épicas" para redimirlo de su alteridad. Ir al desierto era como llegar al "límite de un concepto, como arribar al fin de las cosas", "una metáfora de la soledad".1 Un desierto funcionaba como todos ellos, a pesar de su ubicación geográfica concreta. La gente que habitaba en él vivía en una suerte de vacío de clandestinidad cultural que hacía peligrar los proyectos de control territorial.


Desde un punto de vista historiográfico, según Castellán (1980), la palabra desierto comienza a ser utilizada en el siglo XVIII. Aparecía en cartas de sacerdotes principalmente como un adjetivo, v.g., "en estos inmensos desiertos", "no se encuentra sino un inmenso desierto lleno de bosques". Y gradualmente su valor adjetivo fue adquiriendo una dimensión sustantiva; es decir, de "una tierra desierta" pasó a ser "el desierto". Desde el principio "desierto" fue una palabra ambigua, en la mayoría de los casos era sinónimo de "Pampa". Este autor observó que el término desierto devino en una palabra clave para describir la frontera de la civilización, pero también un ámbito en sí mismo. Este último emergió en su punto más alto, según Castellán, después del poema "La Cautiva" de Esteban Echeverría (1837), adquiriendo una nueva dimensión poética. Siendo un autor romántico, Echeverría exploró estéticamente el paisaje, recreando con palabras lo que era una experiencia cotidiana de vida, la de mirar una inmensa planicie mayormente controlada por los indios. La aprehensión de Echeverría del desierto es vívida,



El Desierto


inconmensurable, abierto,


y misterioso a sus pies


se extiende triste el semblante


Solitario y taciturno


Como el mar, cuando un instante,


Al crepúsculo nocturno,


Pone rienda a su altivez.


(La Cautiva, 1:3-10, citado por Castellán 1980:300).



A través de la obra de Echeverría el desierto mostró un rasgo básico de la visión del mundo cambiante de ese tiempo; ella proveyó palabras para expresar un complejo conjunto de experiencias vitales. Después de Echeverría, desierto describió el vasto y solitario territorio tras el dominio blanco. Este término se transformó en parte del bagaje terminológico de la cultura criolla para lidiar con la Indianidad; para nombrar una entidad casi inmensurable y desconocida. Afirma Castellán que una vez que el término y su carga semántica cristalizaron, pasó a formar parte del canon historiográfico, apareciendo acríticamente en casi todo trabajo de historia sobre la conquista de las tierras indias. Decir desierto entonces era urgir su rápida conversión en un espacio occidental.



Puede observarse que Castellán, como la mayoría de los autores influidos por el tema de la frontera sur, pasó por alto las fuentes sobre la región chaqueña que muestran un tratamiento interesante del desierto. Si para el imaginario blanco el desierto era una zona vacía, en la praxis cotidiana no era un vacío en modo alguno, ni estaba poblado sólo por aborígenes -muchos blancos "marginales" también vivían allí. Más aún, el desierto ya estaba articulado con la economía del Río de la Plata desde el siglo XVIII (Cf. Iñigo Carrera 1979:2). Es problemático, como lo menciona correctamente Mandrini (1992), reducir el problema de la frontera a una cuestión militar. Por el contrario, las fronteras eran espacios de interacción entre indios y blancos, y también entre cacicazgos tribales y autoridades argentinas. En este sentido, se conoce que el intercambio económico entre indios y blancos fue una actividad central en muchas regiones, no siendo la menor el Chaco.



Muchos términos que refieren a las Campañas al Desierto se incorporaron al lenguaje común de los argentinos a través del sistema escolar y el discurso público oficial. Por ejemplo, existía la percepción de que la nación emergente tenía que incorporar territorios del dominio indígena. Este término implicaba que un sector no controlado de la geografía debía ser ordenado, "poblado" para ser tomado en cuenta. Era como si estos sectores no tuvieran legitimación de ningún tipo hasta tanto el estado no les confiriera un estatus legal. El desierto significaba en sí mismo una tierra vacante lista para la ocupación económica y política. Sus habitantes originarios eran invisibles, como los famosos marcianos de Ray Bradbury; sin derechos y económicamente improductivos. Las campañas al desierto, principalmente las realizadas a la frontera sur, recibieron también el nombre genérico de Conquista del Desierto, añadiendo a ese proyecto civilizatorio una magnitud épica que aún persiste en los textos de historia. En relación con esto, Jorge Luis Borges delineó poéticamente la naturaleza del desierto y la conquista de la frontera sur. Curiosamente, aquí podemos observar el punto de vista del nativo, su sentido de la alteridad ante las cosas de los blancos (casa, puerta, patio, paredes, espejos), y asimismo cierta clase de conocimiento vinculado con fronteras secretas.



Desde el desierto


en su azulejo el infiel.


Era un pampa de los toldos


de Pincén o de Catriel.



El y el caballo eran uno,


eran uno y no eran dos.


Montado en pelo lo guiaba


con el silbido o la voz.



Había en su toldo una lanza


que afilaba con esmero;


de poco sirve una lanza


contra el fusil ventahero.



Sabía curar con palabras,


lo que no puede cualquiera.


Sabía los rumbos que llevan


a la secreta frontera.


De tierra adentro venía


y a tierra adentro volvió;


acaso no contó a nadie


las cosas raras que vio.



Nunca había visto una puerta,


esa cosa tan humana


y tan antigua, ni un patio


ni el aljibe y la roldana.



No sabía que detrás


de las paredes hay piezas


con su catre de tijera,


su banco y otras lindezas.



No lo asombró ver su cara


repetida en el espejo:


la vio por primera vez


en ese primer reflejo.



Los dos indios se miraron,


no cambiaron ni una seña.


Uno --cuál?-- miraba al otro


como el que sueña que sueña.



Tampoco lo asombraba


saberse vencido y muerto;


a su historia la llamamos


la Conquista del Desierto.



El desierto del Chaco



Desde tiempos coloniales el Chaco funcionó como una poderosa frontera a la expansión española. Al ser una clase de región Otra, recibió variados nombres genéricos cuyos referentes eran a menudo confusos. Durante los siglos XVII y XVIII, el Chaco fue usualmente llamado. "Valle del Chaco";5 o "Valle de Calchaquí", agrupando diversas naciones chaqueñas bajo el ambiguo término de "Calchaquí". El problema terminológico consistió en que "Calchaquí" era también el nombre de pueblos indígenas que vivían en Tucumán. Las fuentes jesuíticas usualmente referían a la región chaqueña como Paracuaria, es decir, el nombre otorgado por la Orden al "territorio espiritual" que incluía la región chaqueña de las actuales Argentina y Paraguay. Finalmente, el sector meridional del Chaco limitaba hacia el este con la así llamada la otra banda (del río Paraná). O sea, durante la Colonia existía otra región Otra menos conocida, se trataba de la frontera con los bravos Charrúas que detuvieron la expansión de los aborigenes chaqueños.



Durante los tempranos días de la Colonia, Paracuaria fue considerada por España como una tierra rica en fabulosos bienes. El siguiente relato, hecho por el Padre jesuita Florian Paucke, ejemplifica esta percepción y el estilo hispánico de su dramática resolución



Con una gran compasión yo tuve que ver a un hombre joven venido pocos meses atrás desde España, lamentar su imprudencia; que por la gran esperanza de enriquecerse pronto había dejado su patria y había partido a las Indias. Me contó el milagro que le habían hecho creer, que en Paraquaria había tanta plata que hasta los caballos estarían herrados en sus cascos con plata en vez de hierro; "veo ahora-dijo que ningún caballo está herrado ni con hierro y me encuentro en la mayor pobreza". Estaba dispuesto a viajar al [reino] peruano para ver si alli podría remediar su pobreza. (1942-44, Τ.Ι:144)



En lugar de instalarse para trabajar, este español, como tantos otros, prefirió continuar la marcha persiguiendo sus sueños de fortuna, hacia otro lugar fantástico. Por su carácter de área fronteriza, poblada por aborígenes, la región chaqueña estaba también "preparada" para su rotulación como desierto, básicamente era un término relacional intercultural. Las campañas militares al Chaco, llevadas a cabo durante los 1880's, recibieron el mismo nombre que su contraparte meridional; la Conquista del Chaco era también una Conquista del Desierto. Sus miembros también recibieron el título de Expedicionarios al Desierto. Pero al mismo tiempo el desierto no es un término nuevo para describir el Chaco. Tanto las fuentes coloniales como los historiadores contemporáneos lo utilizan para hablar de la región del Chaco en términos a la vez geográficos y morales.


Por ejemplo, los escritos de los jesuitas, principalmente desde el siglo XVIII, percibieron el Chaco como una región inmensa, solitaria y plana. El historiador jesuita Pedro Lozano, y los misioneros Martín Dobrizhoffer, Florian Paucke y José Jolís compartieron el asombro por la enorme espacialidad de la región. Para todos ellos, "deshabitado", "solitario" y términos relacionados, significaban "no poblados por europeos". Aún cuando sus relatos son muy descriptivos, introducen un sentido poético cuando se refieren al paisaje chaqueño que es también una geografía axiológica. El mismo título de la famosa Descripción Corográfica del Gran Chaco del Padre Lozano (1941[1733]) dice "dilatadísimas provincias del Gran Chaco Gualamba", término repetido en muchas ocasiones a través del libro. El uso de desierto alude a lugares vacíos de presencia humana. Por ejemplo, cuando habla de las vicuñas dice que ellas viven en las montañas y más altos precipicios que dividen el Chaco del Perú, "ellas vagan a través de los desiertos más aislados del comercio humano" (ibid:50).



Dobrizhoffer, que escribió la Historia de los Abipones (1967 [1783]), vivió muchos años entre los extinguidos Abipones, en reducciones del norte de Santa Fe y la actual provincia de Formosa. Él utilizó desierto para referirse básicamente a sitios destruidos por los indios. Por ejemplo, "desde Santa Fe hasta Santiago del Estero y a ambos lados de Córdoba... [se observan ricos campos devastados)...reducidos a desierto por los abipones que allí infestaban" (ibid, T.III:47). O, "cuando los abipones dejaron el litoral y las costas sin casas de cristianos, como un vasto desierto, cruzaron el Paraná por donde más les placía" (ibid, T.III:43). La mayoría de las referencias, sin embargo, describen el Chaco en términos de su soledad; una imagen muy reiterada es "inmensas soledades en Paracuaria (ibid, T.1:365).10



Por su parte Paucke, quien vivió con los Mocoví en el centro-este de Santa Fe entre 1749-1767, combina soledad y desierto. Él mencionó que al arribar a la reducción mocoví de San Javier, el Padre Francisco Burgues lo recibió y cuenta: "me pidió que yo estuviera conforme con la vivienda y manutención en esta región desértica" (1942-44, Τ.Ι: 169).11 En otra oportunidad, cuando viajaba desde Córdoba a Santa Fe tuvo que atravesar alrededor de "cien leguas en medio de una continua soledad y desierto por donde solían vagar los indios salvajes de diversas naciones" (ibid, T.I: 154). Aparentemente para Paucke el Chaco controlado por los indios se erigía en un espacio autónomo. En efecto, "seis leguas al Norte de la ciudad de Santa Fe se terminan las estancias españolas o cortijos de ganadería, luego uno cae como en un abismo de la tierra silvestre hasta la tierra peruana" (ibid, T. III p.2: 237).



El trabajo de Jolis, Ensayo sobre la Historia Natural del Gran Chaco (1972 [1789]), quien misionó en la frontera occidental del Chaco, presenta una visión similar. Jolís comparte con Paucke la idea de que uno "se interna dentro" del desierto. Al describir las aves de América se pregunta, "quién jamás se ha internado en los desiertos y en los bosques, ha viajado y habitado para poder formarse así un exacto panorama y juicio?" (ibid:160). El Chaco explicitamente como un desierto es mencionado una vez, "jamás me fue dado ver nuestro Gorrión Europeo en los desiertos Chaquenses" (ibid:191). Y desde una perspectiva más general, tal como lo hicieran sus colegas misioneros, utilizó la expresión "los desiertos de América" (ibid: 307) para significar las áreas indigenas del Nuevo Mundo.



Sorprendente desde un punto visual, Jolis incorporó en su libro un mapa realizado por el Padre Camaño en donde el área del Chaco aparece vacía, con la inscripción diserti aridi (desierto árido)! El Chaco como vacío es una representación común en los mapas hasta comienzos del siglo XX. No obstante esto, la descripción "empírica" del Chaco realizada por estos misioneros es remarcable y bastante similar. Para Jolís es una región "poco poblada, muy cubierta de espesos bosques y cañaverales, que las Naciones salvajes que la habitan no se preocupan en talar para que el terreno sea cultivable, está también bañada por grandes ríos que forman en sus llanuras muchos Lagos y Lagunas" (1972 [1789]:211). En palabras de Dobrizhoffer, "su suelo natal parece un laberinto, inmensa planicie árida, muchas veces con selvas, lagunas, lagos, pantanos y ríos que impiden el acceso a los españoles, o la salida" (1967 [1783], T.III: 357). Según Lozano,



Porque en partes está todo poblado de espesísimos bosques y dilatadas selvas; en partes se abre en campiñas y prados muy fértiles y amenos; en otras, ni con tanta espesura como bosques, ni con la franqueza de campiñas, se ven arboledas muy frondosas, y en las riberas de los ríos, vegas muy apacibles, y el todo del terruño, con la abundancia de aguas que por tantos meses goza, se registra de ordinario verde y lozano. (1941 [1733]:38)



Estos jesuitas, así como otros después de la expulsión en 1767, escribieron sus memorias y recuerdos de su vida en América una vez reinstalados en el Viejo Mundo. Sus motivos para hacer esto combinaban un sentido de justificación tanto de sí mismos como de la trayectoria de la Orden. Además, estaban profundamente comprometidos en mostrar a los prejuiciosos ojos europeos, cómo era la América real; sus paisajes, sus gentes, sus riquezas naturales. En este sentido, sus retratos del área chaqueña compartían la experiencia de asombro frente a un medio natural y cultural desconocido. Ellos daban gran valía a sus experiencias de primera mano (una suerte de proto- etnográfico Ser-ahí) como fuente principal de autoridad frente a los historiadores europeos que daban una imagen distorsionada de América, de acuerdo con la imaginación cultural del siglo XVIII. Además de esto, brindaron información y reflexiones desde dentro del desierto de Paraquaria, hecho que refuerza el valor de sus relatos. A diferencia de viajeros y exploradores que cruzaron la Pampa, la Patagonia y algunos ríos chaqueños, los Padres tuvieron estancias prolongadas en cada lugar que visitaron lo que les permitió aprehender modos de vida extraños con una Verstehen sorprendente y refinada a pesar de su fuerte cristianocentrismo.



La visión del Chaco como un desierto en realidad reprodujo el sentido de desplazamiento geográfico-ecológico ocurrido en el sur. Las dos áreas, sur y norte, poseían un rasgo en común: eran una frontera entre dos mundos. Incluso el fundador de la ciudad -de Formosa, Luis Jorge Fontana, percibía la región chaqueña como "un inmenso desierto que carece de divisiones naturales" (1977 [1881]:81); "casi en su totalidad en un estado salvaje" (ibid:48). Un biógrafo de Fontana ejemplificó esta heterodoxia taxonómica al afirmar que "en virtud del carácter especial que identificaba a Fontana...conocía el peligro del desierto, bosques y selvas, pantanos y esteros plagados de sabandijas" (Fontana Iñíguez 1958 citado en Sandoval, 1993:30).



Para los historiadores de Formosa, desierto es una categoría significativa para describir el origen de la colonización blanca. Por ejemplo, Ceccoto (1958:56) manifiesta que "Formosa fue fundada en medio de un gran desierto. Los indios eran aquí dueños y señores". Por su parte Vita y Lacerra sostiene que los fuertes estaban "aislados entre sí por el desierto" (1971 T.II:83). Desde una perspectiva general, el desierto tenía una dimensión interior que recuerda el "abismo de tierra silvestre de Paucke, que lo transformaba en un espacio calificado de alteridad. Tanto militares como civiles ofrecen testimonios de esta propiedad. La experiencia de entrar en territorios indios como si se tratara de un umbral existencial, es ilustrada por el filósofo y escritor Amadeo Jacques. En 1856 Jacques se hallaba en Santiago del Estero como miembro de una expedición oficial para avanzar la frontera del Chaco. Sus informes revelan que el desierto es una zona en la cual uno está; uno va dentro de él, pero el límite no es visible, no está demarcado "allí afuera"; es sobre todo un espacio vivido



[Una partida de soldados iba a enfrentar a los indios y se veían pájaros volando] Eran los cuervos la invariable escolta que por si misma se une a toda reunión de hombres detenida en el desierto, para disputarse los restos de comida... [Antes de la batalla] Los indios habían ordenado por señas a las mujeres y a los muchachos que huyeran hacia el norte, internándose en el desierto... Lo importante no era el número de muertos, sino el terror que los supervivientes iban a llevar al desierto...forzados a volver...a pie, sin víveres y sin recursos, el camino de sus tierras lejanas". (Jacques citado por López Meyer & Iñigo Carrera, 1972:72)



Como una inversión de la expedición militar, cualquier progreso indio sobre la frontera era concebido como un avance del desierto. Pero qué clase de proceso de "desertificación" era éste, originado a partir de un control territorial? Era acaso una intrusión peligrosa de lo salvaje?



A lo largo de la frontera entre los habitantes blancos existía un sentido compartido de temor a los ataques indios; ellos eran una intromisión del "otro lado" que usualmente representaba muerte, abducción, o pérdida de bienes materiales. Arturo Seelstrang, en su exploración de los ríos del Chaco en 1876, manifestó que si uno interrogara a gente de un poblado "al costado del desierto" acerca de sus miedos, ellos centuplicarían el número de atacantes y sus emociones hacia ellos (1977:61). Desde la frontera de Santa Fe, Angel Carranza describía en 1870 el paisaje del desierto



Restablecida la monotonía, el aspecto del desierto tórnase de nuevo pavoroso, reinando ese profundo silencio apenas interrumpido por el forrajeo de los animales o el silbo agudo del grillo y de las serpientes. (Carranza, 1884 citado por López Meyer & Iñigo Carrera, 1972:74)



La interioridad del desierto aparece descripta con dramatismo también por el Coronel Francisco Bosch durante su expedición de 1883 al interior de la actual provincia del Chaco. Así decía, "vamos a penetrar en el desierto, donde el enemigo acechará por todos lados (Orden de comando del Coronel Bosch, Abril 4, 1883 citado por Memorias del Gran Chaco 1992:44).



Ciertamente, estas jornadas eran reales movimientos entre fronteras culturales, donde el enemigo era el símbolo de alteridad que la nación debía vencer para cumplir con los planes de racionalización del espacio social. Además de la distancia, inmensidad, ausencia de alimentos y cultura, el visitante del desierto tenía que pagar un precio para poder resistir la vida en él, "millones de insectos que acosan al hombre que se atreve a penetrar en esos desiertos!...Los iniciadores son los que padecen y pagan el aprendizaje del desierto" (Peyret, 1889 citado por López Meyer & Iñigo Carrera 1972:85).



El Coronel Ignacio H. Fotheringham, inglés de nacimiento, miembro de la Campaña del Chaco y más tarde Gobernador del Territorio del Chaco (1883-1891), dejó interesantes observaciones sobre el desierto chaqueño. En efecto, en su uso del término mostró una percepción del paisaje que sobrepasaba tanto la perspectiva militar como la geográfica de un "teatro de operaciones". Evocando la óptica de los jesuitas, la región chaqueña le atraía por una especial cualidad que combinaba el "encanto de sus soledades" (1909, T.II:5) con la inmensidad de "regiones ignoradas y desiertas" (ibid, T.I:451). El desierto aparecía indicado deícticamente como un límite cuando dice "pero allá, en el desierto" (ibid, T.1:446). Aquí Fotheringham compartía con muchos de sus coetáneos la fuerza del "ahi" de una región salvaje pero hipnótica. Sin duda su descripción poéticamente orientada sumado a su herencia extranjera, habían internalizado el discurso nacional de la civilización, justificando la conquista del Chaco, "no para exterminarlos ni quitarles su hacienda ó sus mujeres, sino para que se sometan á las leyes de su patria" (ibid, T.I:463).



Finalmente, se podría decir que los indios eran ellos mismos la frontera (Cf. Memorias... 1992:26); la metonimia de un topos distante e incognoscible que causaba ansiedad en el mundo blanco, para el cual las culturas indígenas se aparecían como desubicadas respecto de los deseos occidentales de progreso y moralidad.



Imágenes del Chaco



En relación con esto, obras de arte sobre el Chaco lo presentaron también como límite. Visto desde el lado occidental de la frontera, como se mencionó antes el Chaco tenía las propiedades de una "geografía conceptual" en la cual los deseos, fantasías y sueños jugaban un rol clave. Ese parecería ser el caso del pintor francés Jean León Palliere quien a mediados del siglo XIX vino a la Argentina.14 En sus múltiples viajes conoció el Chaco ilustrando su paisaje y habitantes. Aunque los críticos de arte describen su obra como básicamente estricta y minuciosa "ante el natural sorprendente" (Sola y Gutiérrez 1945:37), paradójicamente, lo que algunos de sus trabajos parecen expresar es más la construcción imaginaria europea de una realidad feraz. Al modo de un bricoleur, Palliere utiliza fragmentos de lugares exóticos ya conocidos. Así, su litografía titulada Indios del Gran Chaco (1945, originalmente publicada en 1864), muestra una pareja de aborígenes navegando en canoa, en medio de una densa jungla. La pareja no parece chaqueña ni tampoco el paisaje. La imagen completa posee un aura mágica, oriental --un verdadero



acto de "Orientalismo visual al decir de Said, pero ubicado en una zona aun desconocida del mundo occidental. Sin dudas, estamos en presencia de un mito visual. La pareja usa ropas de estilo oriental; la canoa que parece hecha de juncos recuerda las del Lago Titicaca o bien Polinesia; la jungla es similar a los paisajes tropicales descriptos en las novelas de Emilio Salgari. La gran diferencia en este caso es que Salgari nunca visitó la India, mientras Palliere tuvo una experiencia personal en la región que describe; no obstante esto, su presencia corporal no lo ayudó a reelaborar críticamente el imaginario del cual era portador. En síntesis, su trabajo indica lo que el Chaco debería ser, sin tener en cuenta su facticidad concreta.



Palliere fue esencialmente un viajero que píntó sus impresiones; en lugar de escritura dejó 'notas visuales" que muestran su asombro ante una región misteriosa. Es interesante notar aqui una oposición irónica entre la percepción del Chaco por parte de la opinión pública argentina encarnada por los conquistadores del desierto y la del propio Palliere. Para aquellos, el desierto chaqueño era un territorio carente de todo lo necesario para vivir, un "bosque paradójico". En tanto para el artista, aparecía como un paisaje multicolor que estimulaba su sensibilidad estética. Sin embargo el Chaco era para ambos un lugar mítico; un sitio extraño para materializar deseos y expectativas, cualesquiera fueran ellos.




Desierto y encuentro colonial



Puede argüirse que tanto los términos indio como desierto son categorías del encuentro colonial, parafraseando a Bonfil Batalla (1972). El primero aparece como una palabra antigua que se empleó para denominar a las poblaciones aborígenes al arribo de Colón al Nuevo Mundo. Debido a un error geográfico un nuevo y unificado campo emergió sólo para los europeos, homogeneizando bajo el término "indio" conjuntos de pueblos sin ninguna conexión necesaria entre sí. Desierto, por otra parte, apareció gradualmente pero siempre en relación con lo "indio". Nombraba sus territorios pero con una carga semántica sutil. Indio y desierto parecen ser subproductos de un proceso colonial similar, el primero es una condición de posibilidad del segundo. Sin embargo, mientras el término indio retiene significación a pesar de los debates nacionales a favor y en contra de su uso actual, desierto solo vive hoy en los textos de historia (antiguos y modernos) que refieren a los territorios indígenas hasta la ocupación blanca; un léxico para rememorar la dimensión épica de aquellos eventos. La narrativa del desierto correspondió a la praxis de la conquista de un vacío que debía ocuparse con la cultura occidental.



La economía política de la cifra Desierto-Indio-Blanco mostró los dos primeros términos como una barrera a la propiedad privada. Su tensión se resolvió cuando, después de la conquista militar, las antiguas tierras indígenas fueron apropiadas por el estado argentino, transformándolas en tierra "pública". A partir de allí podría ser distribuida entre los militares y/o colonos, de acuerdo con las políticas oficiales acerca de este nuevo espacio fiscal. La consolidación de la racionalidad capitalista fuera del Litoral alcanzó su clímax a fines del siglo XIX. Con la nueva centuria, la región chaqueña fue de hecho "incorporada" a la economía nacional donde el tanino, la madera y la producción de algodón



entraron en los mercados internacionales. Con relación al papel del desierto en nuestro imaginario, es como si los argentinos, definidos como tales históricamente hablando, tuviéramos un desierto interior que combinara un espacio "limpio” ideológicamente con las inmensas pampas y bosques liberados. En este sentido, desierto funciona como una palabra-registro que concentra en sí varios estratos de experiencia histórica, geografías posibles, y el poder de fuerzas libidinales materializadas en el sueño colectivo de una tierra blanca y moderna.



El desierto estaba habitado por seres fronterizos: aborígenes, colonos, gauchos, chaqueños, delincuentes, misioneros, exploradores y militares-seres liminales dentro de un espacio liminal. Y solo después de que los pueblos aborígenes fueron derrotados por la fuerza estas tierras, ahora redimidas, pudieron recibir inmigración europea (o sea, seres oficiales y legítimos) para desarrollar las riquezas dormidas.



La narrativa del desierto sintetiza varias etapas de la historia argentina que desembocaron en la constitución de la nación y la concomitante des-constitución de lo indio. Profundizar la investigación de ésta y otras narrativas claves de nuestra experiencia histórica revelará procesos, acciones, ideas o sueños de los cuales somos, en mayor o menor medida, herederos y continuadores sin saberlo.












27/3/24

 

Qué es la literatura latinoamericana, y sus características

Elia Tabuenca


La literatura latinoamericana abarca todo un mundo de obras y autores de países, culturas, géneros, lenguas y períodos de tiempo muy distintos, por lo que es difícil determinar sus límites y sus características compartidas.

Tratar de englobar ciertos autores y obras bajo el mismo denominador de literatura latinoamericana puede parecer a veces un ejercicio de búsqueda de similitudes entre un pez y una manzana, pero hoy en Espectáculos BCN trataremos de poner orden a este vasto mundo literario para determinar qué es la literatura latinoamericana y sus características.

¿Qué es la literatura latinoamericana?

En su Diccionario de literatura latinoamericana, la Prof. Susana Cella indica que tal obra “supone la existencia de un conjunto de textos, movimientos y tradiciones propios de una literatura emergente del vasto espacio que va desde México hasta la Argentina”. La literatura latinoamericana engloba así toda la producción literaria de la América Latina, desde su nacimiento hasta hoy, tanto oral como escrita, y en todas las lenguas del territorio – principalmente el español, el portugués y el francés, pero también las lenguas indígenas, y las variantes creoles.

Así pues, la literatura latinoamericana no se define por su posición geográfica, ya que incluye gran multitud de países, además de autores emigrados fuera del marco territorial típico, ni tan solo por una lengua en común. Sus límites son más complejos de trazar, pero expertos como en La literatura latinoamericana como proceso (coord. Ana Pizarro) encuentran el eje central de este enorme corpus literario en el aspecto cultural.

En sus palabras, “lo que delimita el área comprensiva de una literatura latinoamericana es la existencia de significaciones culturales comunes”. Podríamos decir que la literatura latinoamericana se define así por un imaginario o bagaje cultural colectivo que va más allá del de la literatura de cada país que conforma la América Latina.

El concepto de la literatura latinoamericana en la historia

La literatura en la América Latina ha existido desde el principio de sus civilizaciones. Con estas nacieron las primeras expresiones literarias que conocemos en el continente, de carácter oral y a menudo finalidad religiosa o ritual – la llamada literatura precolombina. La literatura de los pueblos latinoamericanos estuvo luego fuertemente marcada por su historia, con la literatura colonial reflejando los valores evangelizadores de los colonos, o más tarde la literatura de las Revoluciones reivindicando los valores y características nacionales de cada país, pasando por épocas de influencia literaria principalmente europea.

Sin embargo, el concepto de una literatura latinoamericana que englobara las distintas literaturas nacionales no es una idea que existiera siempre en el mundo literario de la América Latina, pese a unas posibles similitudes u orígenes de las varias literaturas nacionales que lo conforman.

Mucho de lo que entendemos hoy por literatura latinoamericana está sobre todo influido y caracterizado por momentos clave en la historia literaria de la América Latina. Por un lado, existe la influencia de la literatura salida de los nacionalismos del siglo XIX, cuando un aumento del sentimiento nacional llevó a muchos intelectuales a intentar definir, pautar y analizar las literaturas de sus países con el fin de reconocer su valor.

Algunos de estos estudiosos culturales fueron Ricardo Rojas, José Martí, José Carlos Mariátegui o José Enrique Rodó. En esta revaloración de la literatura y cultura de sus propios países también empezó a introducirse el concepto de una literatura latinoamericana compartida, fruto de un sentimiento de continentalismo literario que diferenciara su literatura de la europea, por ejemplo.

Sin embargo, el momento clave por excelencia en la definición de una literatura latinoamericana es aún más reciente y coincide con el boom latinoamericano en literatura que ocurrió en los años 60 y 70. Este fenómeno literario puso la mirada del mundo literario y editorial internacional sobre varios autores y obras de la América Latina, lo que hizo necesario determinar unas pautas para definirla frente a ojos extranjeros.

El aumento de estudios y análisis literarios sobre estos autores y obras también ayudó a categorizar la literatura latinoamericana como un conjunto. Todavía hoy, los autores más influyentes de este boom – el colombiano Gabriel García Márquez, el peruano Mario Vargas Llosa, el argentino Julio Cortázar, o el mexicano Carlos Fuentes – son vistos por el público general como la cara (y por lo tanto el ejemplo principal) de la literatura latinoamericana.

Características de la literatura latinoamericana

Antes de dar una lista definitiva, hay que precisar que con un corpus tan amplio de obras y autores surgidos de países y hasta lenguas diferentes, sería imposible enumerar características de la literatura latinoamericana que fueran presentes en todas sus variaciones y expresiones.

Aun así, sí existen algunas características cuyos orígenes se encuentran en la literatura latinoamericana, y que son más presentes entre obras pertenecientes a esta literatura que en obras de otras literaturas. Estas características están relacionadas con las culturas y sociedades de la América Latina, en su imaginario cultural, social e histórico compartido.

Literatura que refleja la vida y las preocupaciones de los latinoamericanos. Esto puede verse reflejado a nivel regional, nacional o de la América Latina como conjunto.

En relación con el punto previo, se trata de una literatura donde abundan temáticas de injusticia social, inestabilidad política y/o problemas económicos o de clase, a nivel nacional o más amplio.

Literatura nacida de un mestizaje cultural. En ella se pueden apreciar las influencias tanto indígenas como europeas.

Gran proliferación de la forma literaria del cuento o el relato corto. Estos pueden ser de varios géneros, ya sea por ejemplo fantásticos o de realismo mágico como los de Julio Cortázar, como filosóficos, como los del argentino Jorge Luis Borges, entre muchos otros.

También destaca la importancia del movimiento literario del modernismo en la literatura latinoamericana, con autores como el poeta nicaragüense Rubén Darío. En él destaca la voluntad de establecer una independencia clara de la literatura latinoamericana respecto a la europea, aunque sí está influido por corrientes europeas como el parnasianismo o el simbolismo.

Realismo mágico

El realismo mágico fue el género por excelencia de la literatura latinoamericana. Aunque existe literatura latinoamericana en todos los géneros y movimientos literarios, el realismo mágico, nacido a mediados del siglo XX, ha estado dominado y perfeccionado mayoritariamente por autores latinoamericanos.

Se considera que fue introducido en la América Latina por el venezolano Arturo Uslar Petri, y desarrollado por multitud de autores como Gabriel García Márquez (Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera…), Carlos Fuentes (Aura), Juan Rulfo (Pedro Páramo), Isabel Allende (La casa de los espíritus), Demetrio Aguilera Malta (Siete lunas y siete serpientes), Elena Garro (Los recuerdos del porvenir), o Laura Esquivel (Como agua para chocolate), entre muchos otros.

Destacan las distintas nacionalidades de estos autores, lo que hace que el realismo mágico atraviese fronteras nacionales para establecerse como género típicamente latinoamericano. Este género se caracteriza por:

  • Introducción de lo extraño, sobrenatural o fantástico en situaciones cotidianas y comunes, sin que esto sea percibido como extraordinario, sino como parte de la “normalidad”.

  • “Narrador impasible”, es decir, que presenta los hechos mágicos e insólitos sin explicación y con un aire de normalidad.

  • Influencia de elementos socioculturales propios.

  • A menudo inversiones en el tiempo, o narraciones que no siguen un orden totalmente cronológico.

Autores de la literatura latinoamericana importantes

Algunos de sus autores más de la literatura latinoamericana destacados (teniendo en cuenta que muchos experimentaron con más de una forma literaria):

Prosa: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Isaacs, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Andrés Caicedo,  Ernesto Sabato, Silvina Ocampo (también poesía), Marcela Serrano

Poesía: Gabriela Mistral, Octavio Paz, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Rubén Darío,  León de Greiff, Mario Benedetti, Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, César Vallejo

Teatro: autores anónimos de obras precolombinas como el Rabinal Achí maya entre otros, Sor Juana Inés de la Cruz (también poesía), Luis Valdez. Cabe destacar que el boom latinoamericano no afectó a la dramaturgia de la misma forma que la prosa a causa del carácter fuertemente editorial del fenómeno.


No existe todavía un claro consenso sobre lo que es la literatura latinoamericana exactamente, sus características distintivas y límites. Las que se le atribuyen con mayor medida pertenecen además principalmente a fenómenos más bien recientes en su historia, como las características compartidas de sus autores del siglo XX.

Aunque es mayoritariamente gracias a estos que tanto el interés externo como el desarrollo interno de una llamada literatura latinoamericana se encuentra ahora en una posición de atención significativa en el panorama literario internacional de hoy en día, desde Espectáculos BCN os invitamos también a redescubrir todos aquellos autores y obras previos al boom, cuya influencia y legado es innegable para sus homólogos contemporáneos, o bien todos aquellos que perdieron el tren de la popularidad.


Bibliografía

Castro Klaren, S. (ed.) A Companion to Latin American Literature and Culture (2008), Blackwell Publishing Ltd

Pizarro, A. (coord.) Latinoamérica: el proceso literario. Hacia una historia de la literatura latinoamericana (2014) Santiago de Chile: Ril editores

Locane, Jorge J. De La Literatura Latinoamericana a La Literatura (latinoamericana) Mundial Condiciones Materiales, Procesos y Actores (2019). Berlin/Boston: De Gruyter

Cella, S. Diccionario de literatura latinoamericana. (1998). Buenos Aires: El Ateneo.





18/3/24

Fragmento de Cómo se hace una novela

 Héteme aquí ante estas blancas páginas -blancas como el negro porvenir: ¡terrible blancura!- buscando retener el tiempo que pasa, fijar el huidero hoy, eternizarme o inmortalizarme en fin, bien que eternidad e inmortalidad no sean una sola y misma cosa. Héteme aquí ante estas páginas blancas, mi porvenir, tratando de derramar mi vida a fin de continuar viviendo, de darme la vida, de arrancarme a la muerte de cada instante. Trato, a la vez, de consolarme de mi destierro, del destierro de mi eternidad, de este destierro al que quiero llamar mi des-cielo.

¡El destierro!, ¡la proscripción! y ¡qué de experiencias íntimas, hasta religiosas, le debo! Fue entonces allí, en aquella isla de Fuenteventura, a la que querré eternamente y desde el fondo de mis entrañas, en aquel asilo de Dios, y después aquí, en París, henchido y desbordante de historia humana, universal, donde he escrito mis sonetos, que alguien ha comparado, por el origen y la intención, a los Castigos escritos contra la tiranía de Napoleón el Pequeño por Víctor Hugo en su isla de Guernesey. Pero no me bastan, no estoy en ellos con todo mi yo del destierro, me parecen demasiado poca cosa para eternizarme en el presente fugitivo, en este espantoso presente histórico, ya que la historia es la posibilidad de los espantos.

Recibo a poca gente; paso la mayor parte de mis mañanas solo, en esta jaula cercana a la plaza de los Estados Unidos. Después del almuerzo voy a la Rotonda de Montparnasse, esquina del bulevar Raspail, donde tenemos una pequeña reunión de españoles, jóvenes estudiantes la mayoría y comentamos las raras noticias que nos llegan de España, de la nuestra y de la de los otros, y recomenzamos cada día a repetir las mismas cosas, levantando, como aquí se dice, castillos en Españas. A esa Rotonda se le sigue llamando acá por algunos la de Trotski, pues parece que allí acudía, cuando desterrado en París, ese caudillo ruso bolchevique.

¡Qué horrible vivir en la expectativa, imaginando cada día lo que puede ocurrir al siguiente! ¡Y lo que puede no ocurrir! Me paso horas enteras, solo, tendido sobre el lecho solitario de mi pequeño hotel –family house-, contemplando el techo de mi cuarto y no el cielo y soñando en el porvenir de España y en el mío. O deshaciéndolos. Y no me atrevo a emprender trabajo alguno por no saber si podré acabarlo en paz. Como no sé si este destierro durará todavía tres días, tres semanas, tres meses o tres años -iba a añadir tres siglos- no emprendo nada que pueda durar. Y, sin embargo, nada dura más que lo que se hace en el momento y para el momento. ¿He de repetir mi expresión favorita la eternización de la momentaneidad? Mi gusto innato -¡y tan español!- de las antítesis y del conceptismo me arrastraría a hablar de la momentaneización de la eternidad. ¡Clavar la rueda del tiempo!

(Hace ya dos años y cerca de medio más que escribí en París estas líneas y hoy las repaso aquí, en Hendaya, a la vista de mi España. ¡Dos años y medio más! Cuando cuitados españoles que vienen a verme me preguntan refiriéndose a la tiranía: “¿Cuánto durará esto?”, les respondo: “lo que ustedes quieran”.

Y si me dicen: “¡esto va a durar todavía mucho, por las trazas!” yo: “¿cuánto? ¿cinco años más, veinte?, supongamos que veinte; tengo sesenta y tres, con veinte más, ochenta y tres; pienso vivir noventa; ¡por mucho que dure yo duraré más!” Y en tanto a la vista tantálica de mi España vasca, viendo salir y ponerse el sol por las montañas de mi tierra. Sale por ahí, ahora un poco a la izquierda de la Peña de Aya, las Tres Coronas y desde aquí, desde mi cuarto, contemplo en la falda sombrosa de esa montaña la cola de caballo, la cascada de Uramildea. ¡Con qué ansia lleno a la distancia mi vista con la frescura de ese torrente! En cuanto pueda volver a España iré, Tántalo libertado, a chapuzarme en esas aguas de consuelo.)

(...)

En estas circunstancias y en tal estado de ánimo me dio la ocurrencia, hace ya algunos meses, después de haber leído la terrible Piel de zapa, de Balzac, cuyo argumento conocía y que devoré con angustia creciente, aquí en París y en el destierro, de ponerme en una novela que vendría a ser una autobiografía. Pero ¿no son acaso autobiografías todas las novelas que se eternizan y duran eternizando y haciendo durar a sus autores y a sus antagonistas?

En estos días de mediados de julio de 1925 -ayer fue el 14 de julio- he leído las eternas cartas de amor que aquel otro proscrito que fue José Mazzini escribió a Judit Sidoli. Un proscrito italiano, Alcestes de Ambris, me las ha prestado; no sabe bien el servicio que con ello me ha rendido. En una de esas cartas, de octubre de 1834, Mazzini, respondiendo a su Judit que le pedía que escribiese una novela, le decía: “Me es imposible escribirla. Sabes muy bien que no podría separarme de ti y ponerme en un cuadro sin que se revelara mi amor… Y desde el momento en que pongo mi amor cerca de ti, la novela desaparece”. Yo también he puesto a mi Concepción, a la madre de mis hijos, que es el símbolo vivo de mi España, de mis ensueños y de mi porvenir, porque es en esos hijos en quienes he de eternizarme, yo también la he puesto expresamente en uno de mis últimos sonetos y tácitamente en todos. Y me he puesto en ellos. Y además, los repito, ¿no son, en rigor, todas las novelas que nacen vivas, autobiográficas y no es por esto por lo que se eternizan? Y que no choque mi expresión de nacer vivas, porque

a) se nace vivo,
b) se nace y se muere muerto,
c) se nace vivo para morir muerto y
d) se nace muerto para morir vivo.

Sí, toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo es autobiográfico. Todo ser de ficción, todo personaje poético que crea un autor hace parte del autor mismo. Y si éste pone en su poema un hombre de carne y hueso a quien ha conocido, es después de haberlo hecho suyo, parte de sí mismo. Los grandes historiadores son también autobiógrafos. Los tiranos que ha descrito Tácito son él mismo. Por el amor y la admiración que les ha consagrado -se admira y hasta se quiere aquello a que se execra y que se combate… ¡Ah, cómo quiso Sarmiento al tirano Rosas!- se los ha apropiado, se los ha hecho él mismo. Mentira la supuesta impersonalidad y objetividad de Flaubert. Todos los personajes poéticos de Flaubert son Flaubert y más que ningún otro Emma Bovary. Hasta Mr. Homais, que es Flaubert, y si Flaubert se burla de Mr. Homais es para burlarse de sí mismo, por compasión, es decir, por amor de sí mismo. ¡Pobre Bouvard! ¡Pobre Pécuchet!

(...)

He dicho que nosotros, los autores, los poetas, nos ponemos, nos creamos en todos los personajes poéticos que creamos, hasta cuando hacemos historia, cuando poetizamos, cuando creamos personas de que pensamos que existen en carne y hueso fuera de nosotros.(...)  Todos los que vivimos principalmente de la lectura y en la lectura, no podemos separar de los personajes poéticos o novelescos a los históricos. Don Quijote es para nosotros tan real y efectivo como Cervantes, o más bien éste tanto como aquél. Todo es para nosotros libro, lectura; podemos hablar del Libro de la Historia, del Libro de la Naturaleza, del Libro del Universo. Somos bíblicos. Y podemos decir que en el principio fue el Libro. O la Historia. Porque la Historia comienza con el Libro y no con la Palabra, y antes de la Historia, del Libro, no había conciencia, no había espejo, no había nada.(...)

Vivir en la historia y vivir la historia, hacerme en la historia, en mi España, y hacer mi historia, mi España, y con ella mi universo, y mi eternidad, tal ha sido y sigue siempre siendo la trágica cuita de mi destierro. La historia es leyenda, ya lo consabemos -es consabido-, y esta leyenda, esta historia me devora y cuando ella acabe me acabaré yo con ella. Lo que es una tragedia más terrible que aquella de aquel trágico Valentín de La piel de zapa. Y no sólo mi tragedia, sino la de todos los que viven en la historia, por ella y de ella, la de todos los ciudadanos, es decir, de todos los hombres -animales políticos o civiles, que diría Aristóteles-, la de todos los que escribimos, la de todos los que leemos, la de todos los que lean esto. Y aquí estalla la universalidad, la omnipersonalidad y la todopersonalidad -omnis no es totus- no la impersonalidad de este relato. Que no el ejemplo de ego-ismo sino de nos-ismo.

¡Mi leyenda!, ¡mi novela! Es decir, la leyenda, la novela de mí, Miguel de Unamuno, al que llamamos así, hemos hecho conjuntamente los otros y yo, mis amigos y mis enemigos, y mi yo amigo y mi yo enemigo. Y he aquí por qué no puedo mirarme un rato al espejo, porque al punto se me van los ojos tras de mis ojos, tras su retrato, y desde que miro a mi mirada me siento vaciarme de mí mismo, perder mi historia, mi leyenda, mi novela, volver a la inconciencia, al pasado, a la nada. ¡Cómo si el porvenir no fuese también nada! Y, sin embargo, el porvenir es nuestro todo.

¡Mi novela!, ¡mi leyenda! El Unamuno de mi leyenda, de mi novela, el que hemos hechos juntos mi yo amigo y mi yo enemigo y los demás, mis amigos y mis enemigos

¿Seré como me creo o como se me cree? Y he aquí cómo estas líneas se convierten en una confesión ante mi yo desconocido e inconocible; desconocido e inconocible para mí mismo. He aquí que hago la leyenda en que he de enterrarme. Pero voy al caso de mi novela. (...)

Porque había imaginado, hace ya unos meses, hacer una novela en la que quería poner la más íntima experiencia de mi destierro, crearme, eternizarme bajo los rasgos de desterrado y de proscrito. Y ahora pienso que la mejor manera de hacer esa novela es contar cómo hay que hacerla. (...)

Pero hay otro mundo, novelesco también; hay otra novela. No la de la carne, sino la de la palabra, la de la palabra hecha letra. Y ésta es propiamente con la letra, pues sin el esqueleto no se tiene pie en la carne. Y aquí entra lo de la acción y contemplación, la política y la novela. La acción es contemplativa, la contemplación es activa; la política es novelesca y la novela es política.(...)  Y yo quiero contarte, lector, cómo se hace una novela, cómo haces y has de hacer tú mismo tu propia novela. El hombre de dentro, el intra-hombre, cuando se hace lector, contemplador, si es viviente, ha de hacerse, lector, contemplador del personaje a quien va, a la vez que leyendo, haciendo, creando, contemplador de su propia obra. El hombre de dentro, el intra-hombre -y éste es más divino que el tras-hombre o sobre-hombre nietzscheniano- cuando se hace lector hácese por lo mismo autor, o sea, actor; cuando lee una novela se hace novelista, cuando lee historia, historiador. Y todo lector que sea hombre de dentro, humano, es, lector, autor de lo que lee y está leyendo. Esto que ahora lees aquí, lector, te lo estás diciendo tú a ti mismo y es tan tuyo como mío. (...)

¿Me has comprendido, lector? Y si te dirijo así esta pregunta es para poder colocar a seguida lo que acabo de leer en un libro filosófico italiano -una de mis lectura de azar- Le sorgenti irrazionali del pensiero, de Nicola Abbagnano, y es esto: “Comprender no quiere decir penetrar en la intimidad del pensamiento ajeno, sino tan sólo traducir en el propio pensamiento, en la propia verdad, la soterraña experiencia en que se funde la vida propia y la ajena.” Pero ¿no es esto acaso penetrar en la entraña del pensamiento de otro? Si yo traduzco en mi propio pensamiento la soterraña experiencia en que se funden mi vida y tu vida, lector, o si tú la traduces en el propio tuyo, si nos llegamos a comprender mutuamente, a prendernos conjuntamente, ¿no es que he penetrado yo en la intimidad de tu pensamiento a la vez que penetras tú en la intimidad del tuyo y que no es ni mío ni tuyo, sino común de los dos? ¿No es acaso que mi hombre de dentro, mi intra-hombre, se toca y hasta se une con tu hombre de dentro, con tu intra-hombre, de modo que yo viva en ti y tú en mí?

(...)

Y no me saltes diciendo, lector mío -¡y yo mismo, como lector de mí mismo!- que en vez de contarte, según te prometí, como se hace una novela, te vengo planteando problemas, y lo que es más grave, problemas metapolíticos y religiosos. ¿Quieres que nos detengamos un momento en esto del problema? Dispensa a un filólogo helenista que te explique la novela, o sea la etimología, de la palabra problema. Que es el sustantivo que representa el resultado de la acción de un verbo, proballein, que significa echar o poner por delante, presentar algo, y equivale al latino projicere, proyectar, de donde problema viene a equivaler a proyecto. Y el problema, ¿proyecto de qué es? ¡De acción! El proyecto de un edificio es proyecto de construcción. Y un problema presupone no tanto una solución, (...) cuanto una construcción, una creación. Se resuelve haciendo. O dicho en otros términos, un proyecto se resuelve en un trayecto, un problema en un metablema, en un cambio. Y sólo con la acción se resuelven problemas. (...) Pues creer que se puede hacer política sin novela o novela sin política es no saber lo que se quiere creer.

Gran político de acción, tan grande como Pericles, fue Tucídides, el maestro de Maquiavelo, el que nos dejó “para siempre” -“¡para siempre!”: es su frase y su sello -la historia de la guerra del Peloponeso.

Y así es, lector, como se hace para siempre una novela.


1/6/19

El mester de Juglaría

Mester de juglaría

Se llama mester de juglaría (trabajo de juglares) al conjunto de poemas épicos que constituyen la poesía primitiva española. Esta poesía se distingue por su carácter narrativo y popular, y es por el valor de su obra más representativa, el poema de Mío Cid, el género más importante de esta primera época de la literatura castellana.
Los encargados de difundir los primitivos poemas de gesta, fueron los juglares, pues no existía aún la imprenta, y las obras de carácter popular se divulgaban mediante la recitación de las mismas. La palabra juglar proviene del latín iocularis, de iocus, juego, Alegría. Los juglares eran, pues, los que alegraban al público con sus recitaciones, músicas o juegos de entretenimiento, ingenuas y pintorescas diversiones, muy frecuentes en aquellos tiempos. Había juglares de toda condición, desde los que amenizan las fiestas en los palacios de los reyes y grandes señores, hasta los que entretenían al pueblo en las plazas de los mercados o en los  más humildes mesones.
El repertorio de los juglares estaba formado por las gestas o cantares de gestas (del latín gesta: hazaña) estas eran largas narraciones en verso, en las cuales se contaban las hazañas de Los héroes nacionales, sus caracteres principales son a) eran populares; b) tenían fondo histórico; c) eran realistas, es decir, carecían casi por completo de elementos fantásticos o inverosímiles; d) se transmitían oralmente, y  e) tenían carácter nacional.
Las canciones de gestas presentan una métrica muy regular. Predominan los versos de 14 ó 16 sílabas pero también los hay de otras medidas. En la acentuación, son asimismo irregulares. Son, pues, de una estructura primitiva aunque no sabemos a ciencia cierta si eran así originariamente, cuando los compusieron sus autores o se han sido los juglares quienes de tanto repetirlos, fueron deformando sus versos. La versificación de estos cantares es, pues, irregular, tanto en la métrica como en la rima, estas última, asonante.
Desconocemos los nombres de los autores de las canciones de gesta. Lo mismo ocurre con las obras primitivas de otros géneros: el teatro, la novela, etc. Obras de valor extraordinario en las letras castellanas, como la Celestina, son asimismo anónimas, o, por lo menos, de problemática atribución. Debieron ser escritas por personas de gran talento ilustración, y divulgadas en forma de recitación por los juglares










24/5/19

Mester de Clerecía

Se llama mester de clerecía al género de poesía narrativa cultivada por clérigos, en oposición al "mester de juglaría", que era cultivado por los juglares o cantores populares.
Los autores de este período son no sólo clérigos, cómo parecería indicar su denominación, sino también letrados y eruditos, que no pertenecían a la iglesia, pero que eran doctos y sabían latín, y cuya ilustración la habían recibido, por otra parte en los conventos o monasterios, únicos centros donde se habían refugiado las artes y las ciencias en esta época.
El origen de estos poemas del "mester de clerecía" estuvo posiblemente en la gran difusión que disfrutaban los cantares de gesta y el prestigio popular que alcanzaban los seres cuyas hazañas narraban en los mismos. Los clérigos -eclesiásticos u hombres letrados- que tenían facilidad para versificar, tomaron a los santos -casi siempre los del lugar- o la vida de Jesús y la Virgen, como tema para sus creaciones, en el deseo de reemplazar con ellos a los héroes guerreros cuyas vidas eran conocidas y exaltadas por todos.
El "mester de clerecía" nace con Gonzalo berceo a principios del siglo XIII, y llega hasta fines del siglo XIV.
Sus características más importantes son: 
a) su índole narrativa (vidas o hechos de Santos) 
b) su propósito moralizador y didáctico 
c) la preocupación que revelan los autores por la forma cuidada y bella en oposición a la tosquedad e imperfección del "mester de juglaría"

Los poemas de este género presentan como característica la estrofa de cuatro versos alejandrinos monorrimos llamada de tetrastrofo alejandrino monorrimo o cuadernavía. Los versos están, por lo general, bien medidos y constan de dos hemistiquios de siete sílabas cada uno, separados por una cesura. La repetición de estas estrofas, a lo largo de poemas de extraordinaria extensión, resultaba sin duda monótona, y se prestaba a caer en frecuentes ripios.


Mester traigo fermoso, non es de joglaría
mester es sin pecado, ca es de clerezía
fablar curso rimado por la cuaderna vía
a sílabas cuntadas, ca es grant maestría.

Libro de Alexandre, vv. 5-8.

15/3/19

Apuntes y notas con método Cornell

El método de apuntes Cornell es un formato para organizar visualmente y de modo condensado grandes cantidades de información.
Este sistema no sólo funciona para la escuela, también se puede usar para la toma de notas cuando se realiza una investigación o proyecto.
Cornell te permite analizar la información con mayor facilidad, pues se encontrará narrada en tus propias palabras, por lo que se memoriza mejor; en el caso de las investigaciones, te permite distinguir con mayor facilidad las ideas de tu autoría de aquellas recolectadas de otro autor.