El Desierto del Chaco. Geografías de la alteridad y el estado
El discurso de la historia oficial argentina está atravesado por una multiplicidad de eventos y problemas "del origen" que aparecen y desaparecen según necesidades pragmáticas y políticas de interpretación. Aunque esto parece ser cierto, algunos temas conservan una vitalidad mayor a la hora del análisis cultural de fuentes primarias y secundarias. En este trabajo me dedico a explorar el concepto de desierto aplicado a la región chaqueña; este uso se muestra como una expansión sobre un nuevo territorio a conquistar, que obedece a la misma agenda que originara las expediciones al desierto dels ur. Me interesa estudiar el discurso oficial acerca del desierto y sus cambios a través del tiempo por medio de obras de misioneros, militares y artistas. Cada uno a su modo practicó una definición a la vez propia y compartida de una geografía humana para la cual el imaginario blanco y europeo poseía una taxonomía bien demarcada.
Dentro del discurso sobre la relación interétnica, identifiqué algunos subtemas que denominó "narrativas", influido por los estudios de Edward Bruner (1986) sobre la situación indígena en los Estados Unidos a lo largo de la historia. La definición del término "narrativa" no restringe su alcance a la dimensión de lo oral y lo escrito únicamente, sino que integra una verdadera praxis. Al mismo tiempo, se reivindica aquí una crítica al dualismo común en ciencias sociales que desmaterializa el 2/12 lenguaje y las representaciones en beneficio de la materialidad más “visible” de las acciones.
El descubrimiento de la narrativa del desierto surgió azarosamente cuando me dedicaba a estudiar fuentes sobre el Chaco para mi tesis doctoral. Durante estas investigaciones, "apareció esta definición que al principio consideraba como falaz, especialmente en términos ecológicos. Sin embargo, poco a poco, al tomar contacto con las fuentes sobre la conquista de ambas fronteras, la aplicación del lexema desierto al Chaco mostró una densidad histórica, cultural e ideológica tal que atrajo mi curiosidad. Es decir, quería desentrañar qué significado tenía esa extrapolación y sus implicancias para una historia de las relaciones entre el estado-nación argentino y los pueblos indigenas. Dado que existía una abundante bibliografía sobre el desierto del sur, quizás fuera útil una mirada hacia este curioso "desierto del Chaco".
Desierto: la frontera final
Es casi un lugar común en la historia oficial argentina -y por tal razón un rasgo no marcado que la conquista de las tierras indígenas recibió el nombre de Campañas al Desierto. El término desierto es clave para comprender la percepción de los argentinos de origen europeo de un Otro molesto y amenazante desde la llegada de los primeros españoles al Río de la Plata en el siglo XVI. En efecto, desierto -algunas veces también llamado "Tierra Adentro"- designaba todos aquellos territorios más allá del control de las leyes y milicia de las autoridades coloniales y más tarde independientes. Tan pronto como alguien se internaba más allá de los límites de los pueblos rurales, se decía que se arribaba al desierto (Cf. Walther, 1980:23). El desierto era una zona de frontera, un espacio liminal simbólica, ideológica y económicamente cargado (Watts, 1992). Pertenecía tal vez a la categoría de las "geografías conceptuales" (Ardener 1987) que inspiraron a los conquistadores y exploradores europeos. Lugares utópicos como "América", "Brasil", "California", "Patagonia", nutrieron sus deseos de mejores (y más ricos) lugares. Más aún, muchos de los sitios y regiones fueron nombrados según estos sueños de plata; v.g., "Río de la Plata", "La Argentina". Sin embargo, después de algún tiempo, se conoció que en muchos sentidos estos nombres eran definitivamente paradójicos; ellos mostraban un desplazamiento de sentido hacia lugares ideales que tornaban más dramática la vida real.
El desierto era a la vez una referencia geográfica y un lugar imaginario, pero uno de tipo distópico. Utilizando las palabras de Sarmiento, el desierto era una antípoda concreta, el "otro lado" del mundo urbano (Cf. Weinberg, 1980), disperso a través del inmenso territorio de una nación aún en gestación. Este lugar, en vez de sueños, inspiró campañas "épicas" para redimirlo de su alteridad. Ir al desierto era como llegar al "límite de un concepto, como arribar al fin de las cosas", "una metáfora de la soledad".1 Un desierto funcionaba como todos ellos, a pesar de su ubicación geográfica concreta. La gente que habitaba en él vivía en una suerte de vacío de clandestinidad cultural que hacía peligrar los proyectos de control territorial.
Desde un punto de vista historiográfico, según Castellán (1980), la palabra desierto comienza a ser utilizada en el siglo XVIII. Aparecía en cartas de sacerdotes principalmente como un adjetivo, v.g., "en estos inmensos desiertos", "no se encuentra sino un inmenso desierto lleno de bosques". Y gradualmente su valor adjetivo fue adquiriendo una dimensión sustantiva; es decir, de "una tierra desierta" pasó a ser "el desierto". Desde el principio "desierto" fue una palabra ambigua, en la mayoría de los casos era sinónimo de "Pampa". Este autor observó que el término desierto devino en una palabra clave para describir la frontera de la civilización, pero también un ámbito en sí mismo. Este último emergió en su punto más alto, según Castellán, después del poema "La Cautiva" de Esteban Echeverría (1837), adquiriendo una nueva dimensión poética. Siendo un autor romántico, Echeverría exploró estéticamente el paisaje, recreando con palabras lo que era una experiencia cotidiana de vida, la de mirar una inmensa planicie mayormente controlada por los indios. La aprehensión de Echeverría del desierto es vívida,
El Desierto
inconmensurable, abierto,
y misterioso a sus pies
se extiende triste el semblante
Solitario y taciturno
Como el mar, cuando un instante,
Al crepúsculo nocturno,
Pone rienda a su altivez.
(La Cautiva, 1:3-10, citado por Castellán 1980:300).
A través de la obra de Echeverría el desierto mostró un rasgo básico de la visión del mundo cambiante de ese tiempo; ella proveyó palabras para expresar un complejo conjunto de experiencias vitales. Después de Echeverría, desierto describió el vasto y solitario territorio tras el dominio blanco. Este término se transformó en parte del bagaje terminológico de la cultura criolla para lidiar con la Indianidad; para nombrar una entidad casi inmensurable y desconocida. Afirma Castellán que una vez que el término y su carga semántica cristalizaron, pasó a formar parte del canon historiográfico, apareciendo acríticamente en casi todo trabajo de historia sobre la conquista de las tierras indias. Decir desierto entonces era urgir su rápida conversión en un espacio occidental.
Puede observarse que Castellán, como la mayoría de los autores influidos por el tema de la frontera sur, pasó por alto las fuentes sobre la región chaqueña que muestran un tratamiento interesante del desierto. Si para el imaginario blanco el desierto era una zona vacía, en la praxis cotidiana no era un vacío en modo alguno, ni estaba poblado sólo por aborígenes -muchos blancos "marginales" también vivían allí. Más aún, el desierto ya estaba articulado con la economía del Río de la Plata desde el siglo XVIII (Cf. Iñigo Carrera 1979:2). Es problemático, como lo menciona correctamente Mandrini (1992), reducir el problema de la frontera a una cuestión militar. Por el contrario, las fronteras eran espacios de interacción entre indios y blancos, y también entre cacicazgos tribales y autoridades argentinas. En este sentido, se conoce que el intercambio económico entre indios y blancos fue una actividad central en muchas regiones, no siendo la menor el Chaco.
Muchos términos que refieren a las Campañas al Desierto se incorporaron al lenguaje común de los argentinos a través del sistema escolar y el discurso público oficial. Por ejemplo, existía la percepción de que la nación emergente tenía que incorporar territorios del dominio indígena. Este término implicaba que un sector no controlado de la geografía debía ser ordenado, "poblado" para ser tomado en cuenta. Era como si estos sectores no tuvieran legitimación de ningún tipo hasta tanto el estado no les confiriera un estatus legal. El desierto significaba en sí mismo una tierra vacante lista para la ocupación económica y política. Sus habitantes originarios eran invisibles, como los famosos marcianos de Ray Bradbury; sin derechos y económicamente improductivos. Las campañas al desierto, principalmente las realizadas a la frontera sur, recibieron también el nombre genérico de Conquista del Desierto, añadiendo a ese proyecto civilizatorio una magnitud épica que aún persiste en los textos de historia. En relación con esto, Jorge Luis Borges delineó poéticamente la naturaleza del desierto y la conquista de la frontera sur. Curiosamente, aquí podemos observar el punto de vista del nativo, su sentido de la alteridad ante las cosas de los blancos (casa, puerta, patio, paredes, espejos), y asimismo cierta clase de conocimiento vinculado con fronteras secretas.
Desde el desierto
en su azulejo el infiel.
Era un pampa de los toldos
de Pincén o de Catriel.
El y el caballo eran uno,
eran uno y no eran dos.
Montado en pelo lo guiaba
con el silbido o la voz.
Había en su toldo una lanza
que afilaba con esmero;
de poco sirve una lanza
contra el fusil ventahero.
Sabía curar con palabras,
lo que no puede cualquiera.
Sabía los rumbos que llevan
a la secreta frontera.
De tierra adentro venía
y a tierra adentro volvió;
acaso no contó a nadie
las cosas raras que vio.
Nunca había visto una puerta,
esa cosa tan humana
y tan antigua, ni un patio
ni el aljibe y la roldana.
No sabía que detrás
de las paredes hay piezas
con su catre de tijera,
su banco y otras lindezas.
No lo asombró ver su cara
repetida en el espejo:
la vio por primera vez
en ese primer reflejo.
Los dos indios se miraron,
no cambiaron ni una seña.
Uno --cuál?-- miraba al otro
como el que sueña que sueña.
Tampoco lo asombraba
saberse vencido y muerto;
a su historia la llamamos
la Conquista del Desierto.
El desierto del Chaco
Desde tiempos coloniales el Chaco funcionó como una poderosa frontera a la expansión española. Al ser una clase de región Otra, recibió variados nombres genéricos cuyos referentes eran a menudo confusos. Durante los siglos XVII y XVIII, el Chaco fue usualmente llamado. "Valle del Chaco";5 o "Valle de Calchaquí", agrupando diversas naciones chaqueñas bajo el ambiguo término de "Calchaquí". El problema terminológico consistió en que "Calchaquí" era también el nombre de pueblos indígenas que vivían en Tucumán. Las fuentes jesuíticas usualmente referían a la región chaqueña como Paracuaria, es decir, el nombre otorgado por la Orden al "territorio espiritual" que incluía la región chaqueña de las actuales Argentina y Paraguay. Finalmente, el sector meridional del Chaco limitaba hacia el este con la así llamada la otra banda (del río Paraná). O sea, durante la Colonia existía otra región Otra menos conocida, se trataba de la frontera con los bravos Charrúas que detuvieron la expansión de los aborigenes chaqueños.
Durante los tempranos días de la Colonia, Paracuaria fue considerada por España como una tierra rica en fabulosos bienes. El siguiente relato, hecho por el Padre jesuita Florian Paucke, ejemplifica esta percepción y el estilo hispánico de su dramática resolución
Con una gran compasión yo tuve que ver a un hombre joven venido pocos meses atrás desde España, lamentar su imprudencia; que por la gran esperanza de enriquecerse pronto había dejado su patria y había partido a las Indias. Me contó el milagro que le habían hecho creer, que en Paraquaria había tanta plata que hasta los caballos estarían herrados en sus cascos con plata en vez de hierro; "veo ahora-dijo que ningún caballo está herrado ni con hierro y me encuentro en la mayor pobreza". Estaba dispuesto a viajar al [reino] peruano para ver si alli podría remediar su pobreza. (1942-44, Τ.Ι:144)
En lugar de instalarse para trabajar, este español, como tantos otros, prefirió continuar la marcha persiguiendo sus sueños de fortuna, hacia otro lugar fantástico. Por su carácter de área fronteriza, poblada por aborígenes, la región chaqueña estaba también "preparada" para su rotulación como desierto, básicamente era un término relacional intercultural. Las campañas militares al Chaco, llevadas a cabo durante los 1880's, recibieron el mismo nombre que su contraparte meridional; la Conquista del Chaco era también una Conquista del Desierto. Sus miembros también recibieron el título de Expedicionarios al Desierto. Pero al mismo tiempo el desierto no es un término nuevo para describir el Chaco. Tanto las fuentes coloniales como los historiadores contemporáneos lo utilizan para hablar de la región del Chaco en términos a la vez geográficos y morales.
Por ejemplo, los escritos de los jesuitas, principalmente desde el siglo XVIII, percibieron el Chaco como una región inmensa, solitaria y plana. El historiador jesuita Pedro Lozano, y los misioneros Martín Dobrizhoffer, Florian Paucke y José Jolís compartieron el asombro por la enorme espacialidad de la región. Para todos ellos, "deshabitado", "solitario" y términos relacionados, significaban "no poblados por europeos". Aún cuando sus relatos son muy descriptivos, introducen un sentido poético cuando se refieren al paisaje chaqueño que es también una geografía axiológica. El mismo título de la famosa Descripción Corográfica del Gran Chaco del Padre Lozano (1941[1733]) dice "dilatadísimas provincias del Gran Chaco Gualamba", término repetido en muchas ocasiones a través del libro. El uso de desierto alude a lugares vacíos de presencia humana. Por ejemplo, cuando habla de las vicuñas dice que ellas viven en las montañas y más altos precipicios que dividen el Chaco del Perú, "ellas vagan a través de los desiertos más aislados del comercio humano" (ibid:50).
Dobrizhoffer, que escribió la Historia de los Abipones (1967 [1783]), vivió muchos años entre los extinguidos Abipones, en reducciones del norte de Santa Fe y la actual provincia de Formosa. Él utilizó desierto para referirse básicamente a sitios destruidos por los indios. Por ejemplo, "desde Santa Fe hasta Santiago del Estero y a ambos lados de Córdoba... [se observan ricos campos devastados)...reducidos a desierto por los abipones que allí infestaban" (ibid, T.III:47). O, "cuando los abipones dejaron el litoral y las costas sin casas de cristianos, como un vasto desierto, cruzaron el Paraná por donde más les placía" (ibid, T.III:43). La mayoría de las referencias, sin embargo, describen el Chaco en términos de su soledad; una imagen muy reiterada es "inmensas soledades en Paracuaria (ibid, T.1:365).10
Por su parte Paucke, quien vivió con los Mocoví en el centro-este de Santa Fe entre 1749-1767, combina soledad y desierto. Él mencionó que al arribar a la reducción mocoví de San Javier, el Padre Francisco Burgues lo recibió y cuenta: "me pidió que yo estuviera conforme con la vivienda y manutención en esta región desértica" (1942-44, Τ.Ι: 169).11 En otra oportunidad, cuando viajaba desde Córdoba a Santa Fe tuvo que atravesar alrededor de "cien leguas en medio de una continua soledad y desierto por donde solían vagar los indios salvajes de diversas naciones" (ibid, T.I: 154). Aparentemente para Paucke el Chaco controlado por los indios se erigía en un espacio autónomo. En efecto, "seis leguas al Norte de la ciudad de Santa Fe se terminan las estancias españolas o cortijos de ganadería, luego uno cae como en un abismo de la tierra silvestre hasta la tierra peruana" (ibid, T. III p.2: 237).
El trabajo de Jolis, Ensayo sobre la Historia Natural del Gran Chaco (1972 [1789]), quien misionó en la frontera occidental del Chaco, presenta una visión similar. Jolís comparte con Paucke la idea de que uno "se interna dentro" del desierto. Al describir las aves de América se pregunta, "quién jamás se ha internado en los desiertos y en los bosques, ha viajado y habitado para poder formarse así un exacto panorama y juicio?" (ibid:160). El Chaco explicitamente como un desierto es mencionado una vez, "jamás me fue dado ver nuestro Gorrión Europeo en los desiertos Chaquenses" (ibid:191). Y desde una perspectiva más general, tal como lo hicieran sus colegas misioneros, utilizó la expresión "los desiertos de América" (ibid: 307) para significar las áreas indigenas del Nuevo Mundo.
Sorprendente desde un punto visual, Jolis incorporó en su libro un mapa realizado por el Padre Camaño en donde el área del Chaco aparece vacía, con la inscripción diserti aridi (desierto árido)! El Chaco como vacío es una representación común en los mapas hasta comienzos del siglo XX. No obstante esto, la descripción "empírica" del Chaco realizada por estos misioneros es remarcable y bastante similar. Para Jolís es una región "poco poblada, muy cubierta de espesos bosques y cañaverales, que las Naciones salvajes que la habitan no se preocupan en talar para que el terreno sea cultivable, está también bañada por grandes ríos que forman en sus llanuras muchos Lagos y Lagunas" (1972 [1789]:211). En palabras de Dobrizhoffer, "su suelo natal parece un laberinto, inmensa planicie árida, muchas veces con selvas, lagunas, lagos, pantanos y ríos que impiden el acceso a los españoles, o la salida" (1967 [1783], T.III: 357). Según Lozano,
Porque en partes está todo poblado de espesísimos bosques y dilatadas selvas; en partes se abre en campiñas y prados muy fértiles y amenos; en otras, ni con tanta espesura como bosques, ni con la franqueza de campiñas, se ven arboledas muy frondosas, y en las riberas de los ríos, vegas muy apacibles, y el todo del terruño, con la abundancia de aguas que por tantos meses goza, se registra de ordinario verde y lozano. (1941 [1733]:38)
Estos jesuitas, así como otros después de la expulsión en 1767, escribieron sus memorias y recuerdos de su vida en América una vez reinstalados en el Viejo Mundo. Sus motivos para hacer esto combinaban un sentido de justificación tanto de sí mismos como de la trayectoria de la Orden. Además, estaban profundamente comprometidos en mostrar a los prejuiciosos ojos europeos, cómo era la América real; sus paisajes, sus gentes, sus riquezas naturales. En este sentido, sus retratos del área chaqueña compartían la experiencia de asombro frente a un medio natural y cultural desconocido. Ellos daban gran valía a sus experiencias de primera mano (una suerte de proto- etnográfico Ser-ahí) como fuente principal de autoridad frente a los historiadores europeos que daban una imagen distorsionada de América, de acuerdo con la imaginación cultural del siglo XVIII. Además de esto, brindaron información y reflexiones desde dentro del desierto de Paraquaria, hecho que refuerza el valor de sus relatos. A diferencia de viajeros y exploradores que cruzaron la Pampa, la Patagonia y algunos ríos chaqueños, los Padres tuvieron estancias prolongadas en cada lugar que visitaron lo que les permitió aprehender modos de vida extraños con una Verstehen sorprendente y refinada a pesar de su fuerte cristianocentrismo.
La visión del Chaco como un desierto en realidad reprodujo el sentido de desplazamiento geográfico-ecológico ocurrido en el sur. Las dos áreas, sur y norte, poseían un rasgo en común: eran una frontera entre dos mundos. Incluso el fundador de la ciudad -de Formosa, Luis Jorge Fontana, percibía la región chaqueña como "un inmenso desierto que carece de divisiones naturales" (1977 [1881]:81); "casi en su totalidad en un estado salvaje" (ibid:48). Un biógrafo de Fontana ejemplificó esta heterodoxia taxonómica al afirmar que "en virtud del carácter especial que identificaba a Fontana...conocía el peligro del desierto, bosques y selvas, pantanos y esteros plagados de sabandijas" (Fontana Iñíguez 1958 citado en Sandoval, 1993:30).
Para los historiadores de Formosa, desierto es una categoría significativa para describir el origen de la colonización blanca. Por ejemplo, Ceccoto (1958:56) manifiesta que "Formosa fue fundada en medio de un gran desierto. Los indios eran aquí dueños y señores". Por su parte Vita y Lacerra sostiene que los fuertes estaban "aislados entre sí por el desierto" (1971 T.II:83). Desde una perspectiva general, el desierto tenía una dimensión interior que recuerda el "abismo de tierra silvestre de Paucke, que lo transformaba en un espacio calificado de alteridad. Tanto militares como civiles ofrecen testimonios de esta propiedad. La experiencia de entrar en territorios indios como si se tratara de un umbral existencial, es ilustrada por el filósofo y escritor Amadeo Jacques. En 1856 Jacques se hallaba en Santiago del Estero como miembro de una expedición oficial para avanzar la frontera del Chaco. Sus informes revelan que el desierto es una zona en la cual uno está; uno va dentro de él, pero el límite no es visible, no está demarcado "allí afuera"; es sobre todo un espacio vivido
[Una partida de soldados iba a enfrentar a los indios y se veían pájaros volando] Eran los cuervos la invariable escolta que por si misma se une a toda reunión de hombres detenida en el desierto, para disputarse los restos de comida... [Antes de la batalla] Los indios habían ordenado por señas a las mujeres y a los muchachos que huyeran hacia el norte, internándose en el desierto... Lo importante no era el número de muertos, sino el terror que los supervivientes iban a llevar al desierto...forzados a volver...a pie, sin víveres y sin recursos, el camino de sus tierras lejanas". (Jacques citado por López Meyer & Iñigo Carrera, 1972:72)
Como una inversión de la expedición militar, cualquier progreso indio sobre la frontera era concebido como un avance del desierto. Pero qué clase de proceso de "desertificación" era éste, originado a partir de un control territorial? Era acaso una intrusión peligrosa de lo salvaje?
A lo largo de la frontera entre los habitantes blancos existía un sentido compartido de temor a los ataques indios; ellos eran una intromisión del "otro lado" que usualmente representaba muerte, abducción, o pérdida de bienes materiales. Arturo Seelstrang, en su exploración de los ríos del Chaco en 1876, manifestó que si uno interrogara a gente de un poblado "al costado del desierto" acerca de sus miedos, ellos centuplicarían el número de atacantes y sus emociones hacia ellos (1977:61). Desde la frontera de Santa Fe, Angel Carranza describía en 1870 el paisaje del desierto
Restablecida la monotonía, el aspecto del desierto tórnase de nuevo pavoroso, reinando ese profundo silencio apenas interrumpido por el forrajeo de los animales o el silbo agudo del grillo y de las serpientes. (Carranza, 1884 citado por López Meyer & Iñigo Carrera, 1972:74)
La interioridad del desierto aparece descripta con dramatismo también por el Coronel Francisco Bosch durante su expedición de 1883 al interior de la actual provincia del Chaco. Así decía, "vamos a penetrar en el desierto, donde el enemigo acechará por todos lados (Orden de comando del Coronel Bosch, Abril 4, 1883 citado por Memorias del Gran Chaco 1992:44).
Ciertamente, estas jornadas eran reales movimientos entre fronteras culturales, donde el enemigo era el símbolo de alteridad que la nación debía vencer para cumplir con los planes de racionalización del espacio social. Además de la distancia, inmensidad, ausencia de alimentos y cultura, el visitante del desierto tenía que pagar un precio para poder resistir la vida en él, "millones de insectos que acosan al hombre que se atreve a penetrar en esos desiertos!...Los iniciadores son los que padecen y pagan el aprendizaje del desierto" (Peyret, 1889 citado por López Meyer & Iñigo Carrera 1972:85).
El Coronel Ignacio H. Fotheringham, inglés de nacimiento, miembro de la Campaña del Chaco y más tarde Gobernador del Territorio del Chaco (1883-1891), dejó interesantes observaciones sobre el desierto chaqueño. En efecto, en su uso del término mostró una percepción del paisaje que sobrepasaba tanto la perspectiva militar como la geográfica de un "teatro de operaciones". Evocando la óptica de los jesuitas, la región chaqueña le atraía por una especial cualidad que combinaba el "encanto de sus soledades" (1909, T.II:5) con la inmensidad de "regiones ignoradas y desiertas" (ibid, T.I:451). El desierto aparecía indicado deícticamente como un límite cuando dice "pero allá, en el desierto" (ibid, T.1:446). Aquí Fotheringham compartía con muchos de sus coetáneos la fuerza del "ahi" de una región salvaje pero hipnótica. Sin duda su descripción poéticamente orientada sumado a su herencia extranjera, habían internalizado el discurso nacional de la civilización, justificando la conquista del Chaco, "no para exterminarlos ni quitarles su hacienda ó sus mujeres, sino para que se sometan á las leyes de su patria" (ibid, T.I:463).
Finalmente, se podría decir que los indios eran ellos mismos la frontera (Cf. Memorias... 1992:26); la metonimia de un topos distante e incognoscible que causaba ansiedad en el mundo blanco, para el cual las culturas indígenas se aparecían como desubicadas respecto de los deseos occidentales de progreso y moralidad.
Imágenes del Chaco
En relación con esto, obras de arte sobre el Chaco lo presentaron también como límite. Visto desde el lado occidental de la frontera, como se mencionó antes el Chaco tenía las propiedades de una "geografía conceptual" en la cual los deseos, fantasías y sueños jugaban un rol clave. Ese parecería ser el caso del pintor francés Jean León Palliere quien a mediados del siglo XIX vino a la Argentina.14 En sus múltiples viajes conoció el Chaco ilustrando su paisaje y habitantes. Aunque los críticos de arte describen su obra como básicamente estricta y minuciosa "ante el natural sorprendente" (Sola y Gutiérrez 1945:37), paradójicamente, lo que algunos de sus trabajos parecen expresar es más la construcción imaginaria europea de una realidad feraz. Al modo de un bricoleur, Palliere utiliza fragmentos de lugares exóticos ya conocidos. Así, su litografía titulada Indios del Gran Chaco (1945, originalmente publicada en 1864), muestra una pareja de aborígenes navegando en canoa, en medio de una densa jungla. La pareja no parece chaqueña ni tampoco el paisaje. La imagen completa posee un aura mágica, oriental --un verdadero
acto de "Orientalismo visual al decir de Said, pero ubicado en una zona aun desconocida del mundo occidental. Sin dudas, estamos en presencia de un mito visual. La pareja usa ropas de estilo oriental; la canoa que parece hecha de juncos recuerda las del Lago Titicaca o bien Polinesia; la jungla es similar a los paisajes tropicales descriptos en las novelas de Emilio Salgari. La gran diferencia en este caso es que Salgari nunca visitó la India, mientras Palliere tuvo una experiencia personal en la región que describe; no obstante esto, su presencia corporal no lo ayudó a reelaborar críticamente el imaginario del cual era portador. En síntesis, su trabajo indica lo que el Chaco debería ser, sin tener en cuenta su facticidad concreta.
Palliere fue esencialmente un viajero que píntó sus impresiones; en lugar de escritura dejó 'notas visuales" que muestran su asombro ante una región misteriosa. Es interesante notar aqui una oposición irónica entre la percepción del Chaco por parte de la opinión pública argentina encarnada por los conquistadores del desierto y la del propio Palliere. Para aquellos, el desierto chaqueño era un territorio carente de todo lo necesario para vivir, un "bosque paradójico". En tanto para el artista, aparecía como un paisaje multicolor que estimulaba su sensibilidad estética. Sin embargo el Chaco era para ambos un lugar mítico; un sitio extraño para materializar deseos y expectativas, cualesquiera fueran ellos.
Desierto y encuentro colonial
Puede argüirse que tanto los términos indio como desierto son categorías del encuentro colonial, parafraseando a Bonfil Batalla (1972). El primero aparece como una palabra antigua que se empleó para denominar a las poblaciones aborígenes al arribo de Colón al Nuevo Mundo. Debido a un error geográfico un nuevo y unificado campo emergió sólo para los europeos, homogeneizando bajo el término "indio" conjuntos de pueblos sin ninguna conexión necesaria entre sí. Desierto, por otra parte, apareció gradualmente pero siempre en relación con lo "indio". Nombraba sus territorios pero con una carga semántica sutil. Indio y desierto parecen ser subproductos de un proceso colonial similar, el primero es una condición de posibilidad del segundo. Sin embargo, mientras el término indio retiene significación a pesar de los debates nacionales a favor y en contra de su uso actual, desierto solo vive hoy en los textos de historia (antiguos y modernos) que refieren a los territorios indígenas hasta la ocupación blanca; un léxico para rememorar la dimensión épica de aquellos eventos. La narrativa del desierto correspondió a la praxis de la conquista de un vacío que debía ocuparse con la cultura occidental.
La economía política de la cifra Desierto-Indio-Blanco mostró los dos primeros términos como una barrera a la propiedad privada. Su tensión se resolvió cuando, después de la conquista militar, las antiguas tierras indígenas fueron apropiadas por el estado argentino, transformándolas en tierra "pública". A partir de allí podría ser distribuida entre los militares y/o colonos, de acuerdo con las políticas oficiales acerca de este nuevo espacio fiscal. La consolidación de la racionalidad capitalista fuera del Litoral alcanzó su clímax a fines del siglo XIX. Con la nueva centuria, la región chaqueña fue de hecho "incorporada" a la economía nacional donde el tanino, la madera y la producción de algodón
entraron en los mercados internacionales. Con relación al papel del desierto en nuestro imaginario, es como si los argentinos, definidos como tales históricamente hablando, tuviéramos un desierto interior que combinara un espacio "limpio” ideológicamente con las inmensas pampas y bosques liberados. En este sentido, desierto funciona como una palabra-registro que concentra en sí varios estratos de experiencia histórica, geografías posibles, y el poder de fuerzas libidinales materializadas en el sueño colectivo de una tierra blanca y moderna.
El desierto estaba habitado por seres fronterizos: aborígenes, colonos, gauchos, chaqueños, delincuentes, misioneros, exploradores y militares-seres liminales dentro de un espacio liminal. Y solo después de que los pueblos aborígenes fueron derrotados por la fuerza estas tierras, ahora redimidas, pudieron recibir inmigración europea (o sea, seres oficiales y legítimos) para desarrollar las riquezas dormidas.
La narrativa del desierto sintetiza varias etapas de la historia argentina que desembocaron en la constitución de la nación y la concomitante des-constitución de lo indio. Profundizar la investigación de ésta y otras narrativas claves de nuestra experiencia histórica revelará procesos, acciones, ideas o sueños de los cuales somos, en mayor o menor medida, herederos y continuadores sin saberlo.
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