13/3/15

Literatura y Sociedad

La comunicación es un hecho complejo por lo que la riqueza y diversidad de géneros discursivos usados por el ser humano en los distintos ámbitos sociales es inmensa.
Todos los hablantes de una lengua disponen de un rico repertorio de géneros discursivos orales y escritos: un diálogo, un examen escrito, las instrucciones de un juego, un correo electrónico. Pero existen, también, muchos géneros discursivos vinculados a alguna actividad específica, por lo mismo no son accesibles a todos los hablantes. Para participar activamente de un congreso de ciencias, por ejemplo, el hablante necesitará tener una serie de conocimientos previos, manejar un léxico determinado y contar con una cierta experiencia del área para poder interactuar en esa situación.

¡Arriad el foque!

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad el estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entre tanto la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.
Ana María Shúa, en Por favor sea breve, edición de Clara Obligado, Páginas de Espuman, España, 2001


El teórico ruso Mijail Bajtin caracteríza los géneros discursivos en primarios y secundarios. Los primarios son aquellos que enmarcan la oralidad y son generalmente sencillos e informales: el diálogo cotidiano, la anécdota, la carta, entre otros. Los secundarios, de mayor complejidad, surgen de una comunicación cultural más compleja, principalmente escrita, y pueden absorber a los discursos primarios y utilizarlos con otros fines. Entre los géneros secundarios se encuentran la novela, el ensayo, la crónica periodística, etc.
La literatura muchas veces adopta la forma de otro género; por ejemplo en cuento escrito como si fuera una carta. El lector, entonces, debe reconocer al texto como literario y, a su vez, reconocer cuál es el género que se está reelaborando.  

Tolerancia



Son tantas las puertas que abre la tolerancia que, ante todo, deberíamos coincidir en que se trata de ser flexible y tener apertura ante la diversidad. Tolerar es aceptar que alguien sea, piense, sienta y haga distinto de lo que uno hace, de lo que nosotros hacemos. Tolerar es aprender a convivir, incluso con lo que uno no comparte o desaprueba. Sin embargo, tolerar no es resignar ni vivir sumiso a las creencias, sentimientos o principios de los otros. Las reglas básicas de tolerancia corren para todos por igual. Tolerancia es respeto mutuo, libertad, democracia, compromiso, conciliación, solidaridad. Frente al desacuerdo o la diferencia, ¿quién tiene la verdad?, ¿quién dice lo que debería ser? No hay verdades absolutas, sólo leyes o códigos, hombres mediante, que pueden llegar a establecer cierto orden y armonía o reparar el error o daño eventual.

En el lenguaje técnico o industrial, cuando se habla de tolerar se hace referencia al margen de error admisible. Si bien no somos máquinas, vale preguntarnos ¿hasta dónde o cuánto somos capaces de tolerar?, ¿cuándo aparece en nosotros la intolerancia?

Así como hay límites y reglas universales o propios de una cultura, signados por el respeto hacia las ideas, creencias o prácticas diferentes o contrarias a las propias, cada quien maneja, como puede, la regulación de su termostato emocional. No está de más tomarnos la presión y registrar y alistar qué es lo que realmente no toleramos y cuánto somos capaces de flexibilizar a diario cada situación.

La tolerancia, así como el optimismo, predispone positivamente el funcionamiento del sistema inmunológico y mejora el ánimo y la salud. Por lo pronto, reduce los niveles de estrés y ansiedad. Tolerar es una invitación a dejar de lado la obsesión, a dejar de correr detrás del ideal de perfección, de los caprichos del consumo y de la histeria de la moda; a dejar de querer controlar o tener todo (o casi todo). Aprender a tolerar es reconocer que la intolerancia, como diría Freud, es la expresión de un narcisismo que aspira a autoafirmarse, así como los resabios de esa agresividad primaria e instintiva del hombre. Tolerancia es evitar toda y cualquier tipo de violencia.

Que tolerar no se confunda con soportar ni terminar pagando un alto precio por aquello que en nada se parece a lo que profundamente deseamos para nosotros. Es tan importante tolerar como saber decir basta, de la manera más saludable posible para todos.

La tolerancia nos ayuda a evitar o atemperar el efecto cascada del enojo y la ira. Cuántas guerras se libraron por culpa de la intolerancia. Cuántas relaciones terminaron por no identificar qué, cómo y cuánto es lo que debían aprender a escucharse, dialogar, revertir o conciliar. No por nada, siempre, de manera equitativa, alguien tiene que ceder.

La tolerancia, y todas sus llaves, se enseñan desde la primera edad. La tolerancia es contagiosa, establece patrones de conducta, estilos de personalidad y de relación. Es la base de un hogar libre y saludable. ¿Hasta dónde nuestros hijos son lo que pretendemos? ¿Hasta dónde son únicamente lo que podemos llegar a tolerar? ¿Hasta dónde nos permitimos ser lo que nuestros padres esperan o toleran de nosotros? ¿Cuánto aceptamos los unos de los otros? ¿Cuánto dialogamos? ¿Cuánto valoramos la mesa familiar, seamos cuántos seamos? ¿Cuánto sabemos agradecer y perdonar?

Gandhi diría: "Si respondemos ojo por ojo lo único que conseguiremos será un país de ciegos"

* Eduardo Chaktoura psicólogo y periodista. http://blogs.lanacion.com.ar/bienvividos



Cuestionario:
1- a) Relevar al menos tres conceptos de tolerancia que se desprenden del texto
b) ¿Qué efectos positivos trae consigo la actitud de tolerancia.

2 - Releer el séptimo párrafo. Responder en forma individual al tercer interrogante planteado.
3 - Los interrogantes siguientes plantean la relación con los otros integrantes de la familia y con la sociedad. Qué acciones concretas llevamos adelante en forma cotidiana para ser tolerantes en familia? y en sociedad?

4 - Explicar con palabras propias la cita final de Gandhi. 




La mitología clásica

Cuando hacemos referencia a "lo clásico", nos remontamos a las características filosóficas, artísticas, científicas, religiosas y políticas de la Antigüedad de Grecia y de Roma, que influyeron en el modo occidental de representar el mundo. 
Nuestro conocimiento sobre los dioses griegos proviene de su mitología, es decir del conjunto de mitos o relatos sagrados sobre el origen y misterios del mundo, las divinidades y los héroes. Los griegos creían en muchos dioses, es decir, eran politeístas. Sus divinidades eran seres sobrenaturales con poderes especiales, que encarnaban las distintas fuerzas de la naturaleza. Vivían, en su mayoría, en la cima del monte Olimpo bajo el dominio de Zeus, a quien los griegos consideraban el padre de los dioses y de los hombres


Las primeras obras de la mitología clásica completas que han llegado hasta nosotros, escritas alrededor del siglo VIII a.C., son la Ilíada y la Odisea, narraciones en verso atribuidas al poeta Homero, y la Teogonía del historiador Hesíodo. Sin embargo, a lo largo del tiempo han perdido su valor sagrado y hoy solo las leemos como relatos de ficción. 

12/3/15

El autor y el lector


La persona que escribe una obra literaria es designada con el nombre de autor. Es quien produce la literatura y a quien se le han ido otorgando, a través del tiempo, diversos lugares y funciones en la sociedad.
En la antigüedad, las historias se transmitían oralmente, modificándose de generación en generación. El concepto de autor, una persona que sea el creador de la obra literaria, no existía: las historias se consideraban parte de la tradición y como propiedad del pueblo, o bien inspiradas por dioses. 
Durante siglos, los autores han quedado en el anonimato y solo a partir del siglo XV, coincidiendo con la invención de la imprenta, se reivindicó el papel del autor como personalidad propia capaz de engendrar una obra única y original. 
Desde esta perspectiva, hasta hace poco tiempo, al analizar una obra literaria se consideraba fundamental conocer la biografía del autor. Lo importante al leer, entonces, consistía en descubrir qué había querido decir el autor como único dueño de la producción de sentidos. 
El siglo XX desplazó la omnipresencia del autor al incorporar al lector como partícipe activo en la construcción de sentidos del texto.
El creador de ficciones, en la actual sociedad de consumo, dependerá económicamente de un mercado: editoriales, librerías publicidad. Este circuito es el que deberá recorrer el libro, en tanto objeto cultural, para llegar a su destinatario: el lector

Pocos piensan hoy que el significado de un texto se fija en el momento de su escritura y queda inmóvil e idéntico a sí mismo para siempre.
Si algo nos demuestra la historia de la literatura es que los libros cambian como paisajes iluminados por luces diferentes, recorridos por sendas que cada uno va inventando según sus deseos, sus destrezas y sus límites. Cada lector encuentra su perspectiva favorita, desde la que organiza el espacio y da sentido a cada uno de los elementos.
El recorrido por el paisaje-texto se hace como se puede, es decir, con los saberes que se han aprendido antes, en esos otros escenarios que son la escuela, la vida cotidiana, las relaciones sociales y económicas, las experiencias más públicas y las más secretas.
Ahora bien, ¿se puede hacer cualquier cosa con un libro? , ¿se puede recorrer de cualquier modo el paisaje de sus signos? Evidentemente, no. Las lecturas enfrentan  límites definidos por lo que los lectores saben y pueden hacer con lo aprendido en otros lugares (en la vida, en textos anteriores, en la escuela)
Entonces, el ejercicio de la lectura remite a otros ejercicios; el de la diferencia social en los gustos y las habilidades. No hay una democracia de los textos donde todos somos iguales; por el contrario, hay clases de textos y clases de lectores donde la desigualdad ha plantado, de antemano, sus fronteras.
 
Beatriz Sarlo, Clarín, Buenos Aires, 19 de enero de 1995 (adaptado)

La literatura


Para acercarnos a una definición de literatura podemos comenzar caracterizándola como un discurso creado para expresar algo diferente de las necesidades de comunicación habituales, como transmitir información, aconsejar o dar instrucciones.
A diferencia de otros discursos que usan la lengua solo para comunicar algo, el discurso literario la utiliza con una finalidad estética como un fin en sí mismo: la lengua se pone en primer plano orientándose hacia su propio mensaje. Lo importante para el discurso literario es la selección de las palabras y sus combinaciones, aprovechando todas las posibilidades de la lengua en lo semántico (por ejemplo, uso de metáforas), y en lo formal (por ejemplo, en la disposición libre de palabras sobre la página), y en lo fonológico (por ejemplo, hacer reiteraciones de sonidos). 
En los textos literarios generalmente se usa el significado connotativo, un significado secundario que se agrega al conceptual de las palabras (significado denotativo). El resultado de este uso es el significado evocativo, subjetivo y metafórico que el lector interpreta de acuerdo con su propia experiencia y punto de vista. 

Los géneros literarios

Tradicionalmente se establece que lo literario comprende tres géneros: el lírico o poético, el dramático y el narrativo.

"Siempre he pensado que la literatura no nació para dar respuestas, tarea que constituye la finalidad específica de la ciencia y la filosofía, sino más bien para hacer preguntas, para inquietar, para abrir la inteligencia y la sensibilidad a nuevas perspectivas de lo real . Pero toda pregunta de este tipo es siempre más que una pregunta, está probando una carencia una ansiedad por llenar un hueco intelectual o psicológico..."
Julio Cortázar, "La literatura latinoamericana de nuestro tiempo" Conferencia dictada en la Universidad de Berkeley, octubre de 1980.



La ficción 


Además de la finalidad estética, el discurso literario construye ficciones, construcciones lingüísticas que buscan presentarle al lector distintos mundos posibles, medios de conocimiento y de participación en una realidad inventada. Esto significa que todos sus elementos (los personajes, los hechos, el tiempo, el lugar) no son los del mundo real sino imaginario, aunque aludan a la realidad.
La ficción no es lo contrario de lo real, sino que es la representación de un mundo imaginado, y al emplearla se conoce metafóricamente un aspecto de lo real. Por lo tanto, el criterio de verdad o falsedad no es pertinente, ya que la ficción presenta un mundo con leyes propias, más allá de cuánto estas se acerquen o se alejen de lo que consideramos real.
Una de las características de la ficción literaria es el verosímil, la manera particular en que cada texto literario construye su ficción y la organiza para que los hechos narrados encuentren su propia justificación. Así, por ejemplo, en los cuentos maravillosos el lector acepta la existencia de hadas, ogros y demás seres imaginarios.


"No es la anécdota lo que decide la verdad o la mentira de una ficción. Sino que ella sea escrita, no vivida, que esté hecha de palabras y no de experiencias concretas. Al traducirse en el lenguaje, al ser contados, los hechos sufren una profunda modificación. El hecho real es uno, en tanto que los signos que podrían describirlo son innumerables. Al elegir uno y descartar otros, el novelista privilegia una y asesina otras mil posibilidades o versiones de aquello que describe: esto, entonces, muda de naturlaleza, lo que describe se convierte en lo descrito"

Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras


"...a mi me parece que eso de contar y leer historias surge de la idea de enfrentarse con las formas de vida posibles que nunca podremos experimentar por la finitud de nuestra propia vida. Las letras dan coherencia al mundo y, como lectores, al emparejar las palabras con la experiencia, podemos identificarnos con las experiencias de otros, o podemos prepararnos para vivir esas experiencias o simplemente nos enteramos de las experiencias de otros que nunca podremos vivenciar y que por fortuna han dejado escritas"

Alberto Manguel, Revista Ñ, 18 de octubre de 2008

La literatura épica medieval


La literatura caballeresca se caracteriza por tratar los hechos y aventuras de una aristocracia guerrera con afán de gloria. Las aventuras de los caballeros se relacionan con principios religiosos y morales, como Dios, la Fortuna, el Destino y la Libertad que les confieren a estos héroes una dimensión espiritual.